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Después, la puerta de Santa Catalina, negra y dorada, con gran riqueza de follajes policromos, castillos y leones en las jambas y dos estatuas de profetas. Gabriel se alejó algunos pasos, viendo que por la parte de adentro abrían el postigo de esta portada. Era el campanero, que acababa de dar la vuelta al templo, abriendo todas sus puertas.

Eran caserones rojizos del tiempo de los virreyes españoles ó palacios del reinado de Carlos III. Sus anchas escalinatas estaban adornadas con bustos policromos procedentes de las primeras excavaciones en Herculano y Pompeya.

Un hombre obeso, vestido de larga túnica azul, se alejaba. Había viejos divanes contra los muros, alcatifas y sofras sobre el piso de mármol, dos arcos policromos y dorados hacia el fondo; y aquí y allá algunas tablecillas incrustadas de marfil y de nácar. Sobre una de ellas, un sahumador de cobre desprendía tres hilos acelerados y rectos de perfume.

No osaba meterse en la penumbra de este salón obscuro y humoso durante el día, y que sólo al llegar la noche hacía resaltar la gloria de sus dorados, de sus escudos policromos y de sus vidrieras de colores bajo guirnaldas de luces eléctricas. Las mesas inmediatas a las ventanas ya estaban ocupadas a aquella hora por los sempiternos jugadores de poker.

Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del mundo a fines del siglo XVIII. Conchas purpúreas, caracolas de mar enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas.

Muchas veces, contemplando ella los cambiantes policromos de los ojos del gato, pensaba que eran aquellas bestiales pupilas las únicas que en la casona la miraban sin encono; y cuando el maullido blando y lastimoso de Desdicha la llamaba con cariñosas inflexiones de gratitud, le sonreía como a un ser racional y le hablaba dulcemente, respondiendo a sus insinuantes confidencias....

Era obra del arquitecto de la Opera de París, una construcción recargada, chillona y pueril, toda ella de un tono de manteca tierna, con techos policromos, torrecillas cargadas de balconajes, hornacinas con estatuas innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos mosaicos dorados. En los ángulos había escudetes de cerámica verde imitando á cabujones de esmeralda.

Parecían fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas caras exteriores tenían esmaltes policromos representando escenas mitológicas. Eran cuatro piezas magníficas de museo: un recuerdo de la antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Habían corrido la misma suerte que los tapices, y allí estaban esperando un comprador.

La doctora evocaba las bellezas desaparecidas: la vieja vestidura de estos esqueletos colosales, la capa fina y compacta de estuco que había cubierto los poros de la piedra, dándola una superficie lisa como el mármol; los vivos colores de sus acanalados y sus frontones, que hacían de la antigua ciudad griega una masa de monumentos policromos.