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A cada paso hallaba pandillas de clérigos con capa de esclavina, paraguas y gorro de borla, charlando en lenguaje vivo sobre el asunto del día, que era la muerte del Rey y el problema de la sucesión.

Seamos prácticos, señores, seamos prácticos, y no confundamos las pandillas de politicastros con el verdadero país». En esto llegó La Correspondencia, y a las primeras ojeadas conspicuas que arrojó sobre las columnas de ella el buen D. Basilio, tropezó con la combinación de gobernadores, y lanzando un berrido de sorpresa, se restregó los ojos creyendo que leía mal.

El calavera-langosta se forma del anterior, y tiene el aire más decidido, el sombrero más ladeado, la corbata más négligé: sus hazañas son más serias; éste es aquel que se reúne en pandillas: semejante a la langosta, de que toma nombre, tala el campo donde cae; pero como ella no es de todos los años, tiene temporadas, y como en el día no es de lo más en boga, pasaremos muy rápidamente sobre él.

Levantábanse temprano por el hábito de madrugar, y andaban toda la mañana por las calles o por el muelle en pandillas de seis u ocho mirando la entrada y salida, la carga y descarga de los barcos. Después de comer se iban al entresuelo del café de la Marina o al de la Amistad, y pasaban tres o cuatro horas jugando o mirando jugar al billar. «¡Anda, bolita de hueso, anda, entra en cabaña!

A pesar de eso, el día de examen el talento profundo y tímido se cortaba, y nuestro audaz muchacho repetía con osadía las cuatro voces tercas que había recogido aquí y allí, y se llevaba el premio. Su carácter resuelto ejercía predominio sobre la multitud, y capitaneaba por lo regular las pandillas y los partidos.

Los días de labor no paseaban por él más que algunos clérigos con sus largos manteos negros y enorme sombrero de teja, llevando algún seglar enmedio, dos o tres pandillas de indianos disputando en voz alta sobre el precio de los cambios o el valor de los solares de la calle de Mauregato, recién abierta, y tal cual valetudinario, que venía a primera hora a tomar el sol, y se retiraba tosiendo en cuanto sentía la humedad de la tarde. ¿Y las damas?... ¡Ah!

Andaban éstos en pandillas retozando por la romería, riendo, gritando, sin querer tomar parte en los bailes, como si otra vez tuviesen gana de gresca. En medio del campo, en el espacio más abierto, se había formado una gran danza, los hombres á un lado, las mujeres á otro, unos y otros cogidos por el dedo meñique. Cantaban una antigua balada asturiana.

Con la caída de la tarde se fue amortiguando el escándalo de aquella bacanal campesina; se extinguieron los ruidos de guitarras y panderetas, y al anochecer, las pandillas de clérigos aparecían paseando en el camino a la entrada de las aldeas. Oscura, oscurísima era la noche cuando el convoy entró en la capital de Navarra.