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Tuve que sufrir toda clase de privaciones: hasta pasé hambre muchas veces. Y eso que tenía cerca el ferrocarril, y los ríos podía remontarlos en buques de vapor en vez de ir a remo, y el trasatlántico me traía en menos de un mes los encargos de Europa... Entonces me di cuenta de lo que hicieron los primeros españoles, sin otros medios de comunicación que la recua o la carreta, teniendo que echar seis u ocho meses para recorrer distancias que hoy salva el ferrocarril en dos o tres días. Cuando querían remontar el Paraná, yendo de Buenos Aires a la Asunción a remo y a vela por las revueltas del río, les costaba este viaje tres veces más tiempo que para ir a España. Naves de la Península llegaban muy de tarde en tarde, si es que no naufragaban. Y a pesar de tantos obstáculos, nuestros ascendientes fundaron los núcleos de las ciudades que ahora tenemos, crearon las primeras ganaderías, adaptaron a nuestro suelo los productos del viejo mundo, lo prepararon todo para que los europeos que llegasen después no se murieran de hambre... El español colocó la mesa en América, fabricó los asientos y puso el pan.

Aunque otros glosaban había sido oculta Providencia Divina, que suavemente disponía para su desengaño a los Reos, que murieran casi en el propio lugar, que habían escogido, para el embarco en la fuga: y supieran los venideros o los que queden, que sabe Dios hacer braseros en que arda, donde buscó la perfidia su escape, en que navegara para obstinarse proterva.

El gobierno no estaba en condiciones de hacer esos gastos, decían; pero yo he creído siempre que para quienes entonces estaban en privanza no fueron nunca simpáticas las ideas de mi abuelo. ¡Qué entendían ellos de pelear en defensa de la patria, en Tampico, en Veracruz y en Churubusco! ¡Qué les importaba a ellos que se murieran de hambre unas pobres viejas!

Resultó, en cuanto al uno, lo que yo me presumía y Neluco daba por indiscutible: que era el Gómez de Pomar casado allí; el otro había venido con él en los principios de octubre, y juntos vivían y de la misma olla comían desde entonces, como grandes y antiguos amigos que eran, a expensas y a despecho de la pobre mujer que a duras penas tenía lo más indispensable para que no se murieran de hambre los frutos de su desventurado matrimonio.

Dios se lo perdone á quien fué causa de tan gran pérdida y destrozo y tan universal daño de la cristiandad, porque si al tiempo que la armada turquesca llegó estaban quedos y firmes así los de mar como los de tierra, no les podía faltar más seguro partido y mejor suerte, y no murieran tantos pobres hombres y desdichados heridos y dolientes, que era la mayor piedad y compasión del mundo vellos hacer pedazos sin poder tomar armas para defenderse, y con tanta crueldad ser muertos.

Mas no siendo la cosa bien pensada, Sucede contra el voto, y lo pensado, Y luego se atribuye al triste hado. El buen hado es Divina Providencia, Servir el hombre á Dios con mucho tino, Poner en todas cosas diligencia, Y no faltar en medio del camino. Si Salazar tuviera la advertencia Que aquí digo, bien cierto yo imagino Que no murieran nueve, que pensando No haber peligro, iban caminando.

Y a este respective, has de saberte que hay en este valle gentes que se caen de viejas sin haber salido de él más allá de lo que corre de una «alentá» un perro con asma. Y se morirán tan satisfechas como si murieran de jartura del mundo que conoces: igual que ha de pasarme a en el día de mañana.