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Y volvióse bruscamente hacia el almenar, y poniendo en él las manos, exclamó con ronca voz entre las tinieblas: ¡Ah! ¡infame alcázar, cueva de la tiranía, almacén de pecados, arca de inmundicias, maldígate Dios, maldígate como yo te maldigo! ¡Oh!, , maldiga Dios estos alcázares de la soberbia, donde sólo se respira un aire de infamia exclamó el bufón.

Y entre el sordo galope del caballo, la voz de dolor de Margarita, que me gritaba: ¡Adiós! ¡Luis! ¡adiós! ¡hermano mío! ¡ruega á mi padre que no me maldiga! ¡pide á mi madre que me su bendición!... Y Margarita seguía hablándome, pero el caballo se había alejado, y el sonido seco, retumbante, de su carrera, envolvía las palabras de Margarita.

¡Ah! maldiga Dios las mujeres... pero como estoy seguro que ni frailes capuchinos son capaces de convencer á un enamorado como vos... ¿Y la reina...? Dios guarde á su majestad. Seamos nosotros la mano de Dios.

Y no es que yo maldiga los adelantos dijo después, como si se arrepintiese ; sobre todo me gusta que vayan a Madrid en menos de un día, cuando en mis tiempos se necesitaba nueve de galera y hacer testamento. Pero me enfurece que lo que estaba bien, y muy en su punto, venga el señor Progreso y lo eche a perder con su afán de revolucionarlo todo.

Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote: -Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.

-Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente como hay en ese pueblo, pues falta entre todos un hombre de discurso. Preguntéle que cómo o por qué se podía decir tal de lugar donde asistían tantos doctos varones. Y él, muy enojado dijo: ¿Doctos?

¿A obscuras? ¡Maldiga Dios la noche! Y bendiga los farolillos de las imágenes callejeras; á la vuelta de la esquina hay uno, á cuya luz, si le han alimentado bien, podréis salir de ansias. Don Juan tomó adelante hacia la vuelta de la esquina, y de tal modo, que Quevedo, que no podía ir ligero, se quedó atrás.

Siguiole un plato de ternera mechada, que Dios maldiga, y a éste otros, y otros y otros; mitad traídos de la fonda, que esto basta para que excusemos hacer su elogio; mitad hechos en casa por la criada de todos los días, por una vizcaína auxiliar tomada al intento para la festividad, y por el ama de la casa, que en semejantes ocasiones debe estar en todo, y por consiguiente suele no estar en nada.

Mi escudero, que Dios maldiga, mejor desata la lengua para decir malicias que ata y cincha una silla para que esté firme; pero, comoquiera que yo me halle, caído o levantado, a pie o a caballo, siempre estaré al servicio vuestro y al de mi señora la duquesa, digna consorte vuestra, y digna señora de la hermosura y universal princesa de la cortesía.

Aprécieme si puede, compadézcame si quiere, no me maldiga, ocurra lo que ocurra, y si en el próximo correo recibe un sobre orlado de negro, hágame el honor de creer firmemente que no tengo ningún derecho a su reconocimiento. »Beso la mano más linda de París. La condesa viuda de Villanera a la señora de La Tour de Embleuse. «Villa Dandolo, 2 mayo 1853.