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Se veía con la imaginación vistiendo el trajecito escocés de su niñez, cuando su madre, con tocas de viuda, le llevaba a la Glorieta a que jugase con las niñas, pues su timidez y debilidad no le permitían alternar con los revoltosos muchachos. ¡Cuan hermosa estaba con sus negras tocas!

La enferma se encogió ligeramente de hombros y respondió: El hombre a quien se refiere usted hará mejor en quedarse en París, puesto que aquí tiene sus afectos, y en dejarme que pague tranquilamente mi deuda. Ya yo a lo que me comprometo aceptando su nombre. ¿Qué diría, ¡Dios santo!, si le jugase la mala partida de curarme?

Nosotros nos fuimos a casa juntos como la otra noche. Pidiéronme que jugase, codiciosos de pelarme. Yo entendíles la flor y sentéme. Sacaron naipes: estaban hechos. Perdí una mano. Di en irme por abajo, y ganéles cosa de trescientos reales; y con tanto, me despedí y vine a mi casa.

Asintiendo a estas discretas razones, Obdulia se despidió de su criada, persistiendo en irse de paseo, y la otra tomó el olivo presurosa hacia la calle de la Ruda, donde quería pagar deudillas de poco dinero. Por el camino pensó que le convendría ceder parte de la excesiva cantidad empleada en lotería, y a este fin hizo propósito de buscar al ciego moro para que jugase una peseta.

Pasó Rubín a la salita, y dejando su capa, se sentó en un sillón de hule cuyos muelles asesinaban la parte del cuerpo que sobre ellos caía. Olmedo quería que su amigo jugase con él a la siete y media; pero como Maximiliano se negase a ello, empezó a hacer solitarios.

A corta distancia les seguía un carruaje y a pocos pasos les precedían un niño y un lacayo: el primero lujosamente vestido, y el segundo ocupado en ir cortando los tallos y la hojarasca de una vara para que el chiquitín jugase. De pronto, Sacramento, preguntó a su hermana: Pero mujer, ¿qué tienes? ¡Parece que vas tonta!

Y arrastrado por una fatalidad y cual si jugase en el pleito todo su porvenir y el de sus hijos, fué gastando sus economias en pagar abogados, escribanos y procuradores, sin contar con los oficiales y escribientes que explotaban su ignorancia y su situacion.

Nuncita, de quien casi siempre partían las grandes ideas, propuso que se jugase a la boba. No se sabe por qué, pero es lo cierto que este juego poseía particulares atractivos para la menor de las señoritas de Meré.

Cuando Pomerantzev hubo conseguido que todos los enfermos se sentasen en semicírculo, la señora de los cabellos sueltos propuso de repente que se jugase un rato al anillo, y no hubo ya tribunal posible. Media hora después, Pomerantzev y Petrov charlaban amistosamente, como si nada hubiera ocurrido: habían olvidado por completo su desavenencia.

»Un día, me acuerdo perfectamente, en el gran salón del castillo le había mandado que jugase conmigo una partida de volante, y avanzando unas veces y retrocediendo otras, nos encontramos, sin advertirlo, cerca de un gran jarrón de Bohemia de un trabajo admirable, en el que estaban pintadas las armas de la casa de Arcos.