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¿Por qué, señor? repuso ella envolviéndole en una verdadera irradiación de sus inmensos ojos verdes, circundados de largas y crespas pestañas negras.

Porque bien claro lo había dicho Fortunata. ¡Gracias a Dios que encontraba en su camino una persona decente! Sentíase Maximiliano poseedor de una fuerza redentora, hermana de las fuerzas creadoras de la Naturaleza. ¡Ya vería el mundo la irradiación de bondad y de verdad que él iba a arrojar sobre aquella infeliz víctima del hombre!

Una irradiación misteriosa estremecía en torno de ellos lo ignorado. La niña miró con extrañeza los muebles y las colgaduras, toda aquella vejez, toda aquella podredumbre; luego púsose a observar uno a uno los retratos.

Los faroleros realizan a la carrera una tarea de resultados extraños, pues al apagar la luz de los faroles entregan el campo a la más franca irradiación de la indecisa luz con que el día se anuncia.

Aquella vida digna, sencilla y leal, sin miedo y sin tacha, como la espada paterna colgada en la pared y que era su rígido símbolo, debía envolver al huérfano en su irradiación e infundir en su sangre los gérmenes de viriles virtudes, más poderosos que el atavismo...

¡Qué días horribles aquellos en que, arrimados a la orilla, con el sol tropical cayendo a plomo, sin el más leve movimiento del aire y bajo una temperatura que a la sombra alcanzaba a 38 y 39 grados centigrados, vagábamos desesperados, sin un sitio donde ampararnos, tostados por la irradiación de la caldera, transpirando a raudales, con el rostro candescente, los ojos saltados, la sangre agitada... y sin más recurso que un vaso de agua tibia con panela o brandy!

De pronto se levantó con un movimiento convulsivo: sus ojos adquirieron una potente fuerza de irradiación, sus facciones se acentuaron y ¡hay que acabar! murmuró su lengua, al par que como una corza herida desapareció por las graníticas quebradas que conducen á la vecina cascada del Botocan. Aquella noche, Hasay no pareció por su casa.

Y al movimiento, en celo, de su flanco se entreabren los pliegues de su falda en una irradiación de pedrería. Rozando las ajorcas y los velos con caricias de mano femenina, una pantera arrastra por los suelos el moteado de su piel felina. Sus patas, sigilosas, se deslizan entre las piernas de la bailarina, y en inquietud sus ojos rivalizan con las miradas de la danzarina.

Al terminar la conferencia, don Pedro le puso la mano en el hombro. ¿Y por qué no me da usted la enhorabuena, desatento? exclamó con aquella misma irradiación que habían tenido sus pupilas en Cebre. Julián no entendía. El señorito se explicó cayéndosele la baba de gozo.

Débil y blanquecina claridad azuló el cielo antes negro. Volviendo atrás nuestros ojos, vimos la irradiación de la aurora, un resplandor que surgía detrás de las montañas; y mirándonos después unos a otros, nos vimos, nos reconocimos, observamos claramente a los de la segunda fila, a los de la tercera, a los de más allá, y nos encontramos con las mismas caras del día anterior.