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Creo, por último, que los Canichanas pertenecen al ramal moxeño, pero que constituyen una anomalía tanto mas estraña, cuanto que se hallan circundados por pueblos que reunen un carácter de notable uniformidad bajo todas sus conexiones físicas.

Esta nacion ocupa todo al ángulo formado por la confluencia de los rios Iténes y Mamoré. Las tribus que la componen viven diseminadas en el seno de unos desiertos circundados por inmensos pantanos y por selvas impenetrables.

Sorprende a primera vista la altura de techo de aquella estancia pero pronto explica la observación que sirve para darnos idea exacta de las proporciones de los cuerpos, y además para contribuir a la ilusión de las distancias, efectos conseguidos en esta obra inmortal, mas que con líneas y colores, con la combinación y contraste de luces que, aislando objetos y personas, les hace parecer circundados de aire respirable.

¿Por qué, señor? repuso ella envolviéndole en una verdadera irradiación de sus inmensos ojos verdes, circundados de largas y crespas pestañas negras.

Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta; parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises; le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.

Basilio sintió que su corazon latía debilmente, que sus piés y manos se enfriaban y que la negra silueta del joyero adquiría contornos fantásticos, circundados de llamas. Allá se detenía Simoun al pié de la escalera y como dudando; Basilio no respiraba. La vacilacion duró poco: Simoun levantó la cabeza, subió resueltamente las escaleras y desapareció.

Del vasto teatro les llegaba el eco prolongado de un canto, seguido de aplausos que morían en un súbito silencio. Y estos intermitentes rumores de la invisible multitud que palpitaba tan cerca de ellos, contribuían a darles la sensación de hallarse circundados por una suave y amorosa quietud. Adriana escuchaba a Julio con abandono. Le parecía que sólo un tenue velo de dulzura separaba sus almas.

Una mañana tomó el tren, y luego de faldear la montaña humeante del Vesubio, pasando entre pueblos de color de rosa circundados de viñas, bajó en una estación: Pompeya. De los hoteles y restoranes, en fúnebre soledad, surgieron los guías como un enjambre de avispas súbitamente despertadas. Se lamentaban de la guerra, que había cortado la circulación de viajeros.

Los ojos, en lo más hondo de sus cuencas, circundados de una aureola de arrugas, brillaban como estrellas mortecinas en el fondo de un pozo. Su miseria física era el resultado de una fatiga prolongada años y más años, de una alimentación insípida de pan, sólo de pan.