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Porque bien claro lo había dicho Fortunata. ¡Gracias a Dios que encontraba en su camino una persona decente! Sentíase Maximiliano poseedor de una fuerza redentora, hermana de las fuerzas creadoras de la Naturaleza. ¡Ya vería el mundo la irradiación de bondad y de verdad que él iba a arrojar sobre aquella infeliz víctima del hombre!

Aquel peñasco hospitalario, que admite á todas las razas y religiones, colocado entre la España católica, intolerante y fanática por sus instituciones papales, y el África mahometana, intolerante y fanática por resentimiento y por su atraso en la civilizacion; aquel peñasco, digo, me parecía allí, azotado por las ondas balanceándose entre dos mundos enemigos, como una arca de salvación que llevaba en su seno la idea redentora de la libertad, del derecho y la fraternidad!

Últimamente andaba empeñado en la obra, que llamaba él redentora, de publicar un periódico, que se imprimiría en la capital, porque allí, en Villavieja, no había imprenta todavía... ¡Tendría que leer lo que dijera ese periódico escrito por un trastuelo que discurría y pensaba como Maravillas, en una población de tan sanas ideas como Villavieja!

Pero Juan Bou las había sublimado en su mente indocta, convirtiéndolas en una fórmula de brutal egoísmo. Según él, muchos miembros importantes del organismo social no tenían derecho a ser comprendidos dentro de esa designación sublime y redentora: ¡el pueblo!

¿No había vivido fuera de la ley? ¿No eran indignas sus relaciones con el Príncipe? ¿Qué valor se podía dar al compromiso que sostenía haber contraído secretamente consigo misma? ¿Se podía creer que hubiera sido sincera al contraerlo, o no habría tratado con su aserción de rescate a los ojos de los demás y a los suyos propios, después de haber medido la gravedad de su culpa? ¿Era increíble que se hubiera dado a otro hombre por ejercer el gratuito oficio de redentora? ¡Si por lo menos, sin la quimera de la redención, sin la fe en la duración de su pacto, hubiese amado a ese hombre con amor puro!

Todos acudieron a la señora de Santa Cruz que había perdido el conocimiento, y Moreno, poniendo una cara entre burlesca y consternada, se dejó decir: «Estas cosas le pasan a mi querida tía por meterse a redentora». iv

mi redentora; disipa esas tinieblas que suelen nublar mi alma, y torna en plácida aurora las noches de mi espíritu. «Tienes razón: la vida es amable; debo amar la vida como un don del cielo; debo amarla para hacer el bien, y... ¡para amarte mucho, mucho, como mereces ser amada! «¿Me dices que las margaritas de los maizales te han dicho que te amo?

Bajo tu dirección, la masa estoica se redimió con el esfuerzo suyo; si Bonifacio y su legión heroica triunfo obtuvieron, ¡fué ese triunfo tuyo! La grana de tu sangre redentora, en que la fuerza y el valor se adunan, cual rubí del volcán, tiñó la aurora del gran Pentecostés del Katipunan.

Desconociéralo su hija, tuviérase por huérfana de un padre honrado, y esto solo la daba gran consuelo y las fuerzas necesarias para llevar su cruz como una carga redentora de sus delitos, imperdonables en la otra vida sin una dura penitencia en ésta.

Si en el amor que Fausto inspira interviniese algún artificio o prestigio diabólico, la belleza de este amor, casi toda su poesía, y más aún su ulterior virtud, redentora y santificante, habrían de desvanecerse.