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Lo mejor del monumento es el pedestal, cuyos magníficos relieves representan las tres Musas de la poesía y las principales creaciones de Goethe: Fausto y Mefistófeles, Miñon y Guillermo Meister, Tasso, Ifigenia, Herman y Dorotea, Prometeo, etc.

Las hay entre ellas históricas, religiosas, mitológicas, de figurón, de enredo y de magia; en suma, de todas las especies y subespecies posibles. Sólo se ve alguna imitación de modelos extranjeros, como en El sacrificio de Ifigenia, de la tragedia francesa; El Temístocles en Persia, de la ópera italiana; pero en su mayoría pertenecen al antiguo drama nacional.

He ahí lo que yo decía, sin poder acumular suficiente vergüenza e ignominia sobre la cabeza de la vieja. Y luego tuve conciencia de que me dejaba llevar de un furor indigno. Pero sentía que eso me desahogaba, respiraba más libremente y, cuando vi, tirada en el suelo, a la pobre Ifigenia a quien yo había maltratado, fui a recogerla.

Ya no necesitaba vagar en torno de la estatua de Ifigenia, pues yo también iba a desempeñar el papel augusto y sublime de la sacerdotisa. Este piadoso pensamiento hizo caer la agitación de mi alma, y con él me dormí. Cuando me desperté esa primera mañana, me sentí satisfecha, casi feliz. En reinaba una paz casi religiosa que no conocía ya, desde hacía un número infinito de años.

Necesité mucho tiempo para descifrar tan sólo el título: leía Ifigenia. Entonces, con un brusco movimiento de espanto, arrojé el libro lejos de , a un rincón, como si hubiera tenido en mi mano un carbón encendido. Al anochecer los dolores de Marta parecieron acentuarse. Repetidas veces lanzó un grito estridente, retorciéndose en convulsiones.

La señora de La Tour de Embleuse admiraba los aderezos de su hija como Clitemnestra pudo admirar las bandas fúnebres destinadas a adornar la frente de Ifigenia.

Primero aparecen Clitemnestra é Ifigenia, que ha llegado á Aulis á caballo, y con pomposa ostentación se dirigen al lugar en donde Agamenón las espera.

Limitándonos sólo al teatro, Goethe compuso dramas históricos como Egmont, Goetz y Tasso, comedias sentimentales, como Clavijo; comedias aristofánicas; tragedias a la griega como Ifigenia; farsas; algo semejante a lo que llamamos por aquí zarzuelas; comedias satírico-literarias, por el orden de El Café, de Moratin, etc., etc.; pero todo esto lo pensaba, lo escribía, lo abandonaba y quizá lo olvidaba luego, mientras que en el FAUSTO estuvo trabajando toda la vida.

El drama de Ifigenia, que, en aquellos días claros y sin nubes, había sido mi poema predilecto, estaba abierto sobre la mesa. ¡Oh, bondad del Cielo! ¡Cuánto tiempo hacía que lo había leído, cuánto tiempo hacía que lo evitaba temerosamente, de tal modo que la tranquila majestad de la santa sacerdotisa hacía sufrir a mi alma!

Aprendía con Tasso a sentirme miserable y sublime; sabía lo que Manfredo iba a buscar a las heladas cimas de los Alpes; me lamentaba con Tecla de la felicidad terrestre de la cual yo había gozado, de la vida y del amor, que habían concluido para . Pero, por sobre todo, Ifigenia era mi heroína y mi ideal.