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El progreso social, indiferente a la moral revelada que se propone el bienestar en el otro mundo por la abstinencia del bienestar en este mundo, es particularmente interesante a la moral humana, que se propone casi exactamente lo contrario, por cuya razón viene haciendo cesar progresivamente las iniquidades que aquélla había consentido o creado: la esclavitud, la servidumbre, los fueros, los diezmos y primicias, los privilegios hereditarios, el despotismo sacerdotal y el derecho divino, y levantando en su lugar el derecho y la justicia humanos que han obligado a los reyes a complementar la fórmula cristiana del poder: "por la gracia de Dios", con la fórmula racionalista: "por la voluntad del pueblo" y a las iglesias cristianas a ensanchar con un poco de ese "bienestar material", que el fundador consideraba incompatible con la "dicha celestial", el viejo programa de "bienestar espiritual", que es por lo menos igual en todas las religiones, desde que proviene de creerse, por la posesión de la verdad, en el camino de la salvación, mientras los demás están por la del error en la vía de la perdición, motivo de que todos los creyentes se sientan impulsados por la piedad a propagar sus propias creencias y a suprimir las ajenas, aunque sea matando, si pueden, a los que las profesan, pues lo propio de las religiones, dice Hubbard, es que "todos las consideran absurdas, salvo el que las cree"; seudo bienestar que por tantos siglos fue igualmente suficiente para cristianos, judíos y musulmanes, y que se torna insuficiente para los primeros en la medida en que el ejercicio creciente de la razón disminuye la credulidad y ensancha la sensatez humana.

Es lo que ha hecho la civilización liberal, aumentando progresivamente las profesiones instruidas, que eran sólo tres en la civilización cristiana: predicador, abogado y médico, y que hoy llegan a cincuenta y siete, según el cómputo de Hubbard.

Las profesiones instruidas, que en la civilización moderna ascienden a 57, según el cómputo de Hubbard, sólo llegaban a tres en la civilización cristiana: predicador, abogado y médico. Aún en el siglo XVII, las materias que se enseñaban en los seminarios a los confesores de los reyes y directores de la sociedad eran: Teología Moral, Liturgia o Ritos y Disciplina Eclesiástica.

"Llegará a ser materia de asombro, dice Spencer, que haya existido gentes que encontraran admirable disfrutar sin trabajar, a costa de los que trabajaban sin disfrutar", y sir Oliver Lodge encuentra ya extraño que un individuo pueda vender un pedazo de la Inglaterra para su beneficio particular. "La humanidad está creciendo en inteligencia, en paciencia, en benevolencia en amor", dice Hubbard.

Nada sabían de las ciencias y las artes de la salud y la riqueza en la tierra, teniendo apenas conocimientos rudimentarios de agricultura, pero eran eruditos en milagros y reliquias, y profundamente versados en historias de santos, de brujas, diablos, duendes, fantasmas y sucedidos maravillosos; ignoraban casi toda la historia y la geografía de este mundo, pero sabían perfectamente la historia y la geografía del otro, habiendo llegado hasta determinar la ubicación, la capacidad, la extensión y la población del cielo, el purgatorio y el infierno, y el nombre de los ángeles, que lo tienen, dice Hubbard, "para que la lavandera no les confunda la ropa".

Transformados así los ideales directrices de la conducta individual, esclarecida y reafirmada esa tendencia natural primaria del espíritu a estimar a los individuos según el bien que produzcan para los demás hombres, que no ha suscitado los tiranos y los usureros, pero los mártires de las ciencias y las artes, los héroes de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, de la filantropía, los exploradores, los inventores, los educadores, los pensadores, los músicos, los poetas, los conspiradores, los patriotas, el bienestar del individuo, que hasta ahora "depende de lo que se anexa, absorbe o apropia, dependerá de lo que irradie", como dice Hubbard, y entonces el plano en que se desliza la conducta personal en la sociedad habrá invertido su inclinación de la iniquidad a la rectitud, del egoísmo al altruismo, de la soberbia a la benevolencia, de la insolencia a la cortesía, de la hipocresía a la sinceridad, de la mentira a la verdad, y habrá llegado para el común de las gentes esa situación de las almas superiores en todos los tiempos, desde Sócrates, Platón, Jesús, Epicteto y Marco Aurelio, hasta el filósofo de Massachussets, que la describe así: "Todo hombre tiene cuidado de que no le engañe su vecino.