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Para mayor dolor, los sentimientos rudimentarios que se revelan en el ser desdichado, no siempre son buenos.

«Esto no es infidelidad pensaba Bonis , esto es un 'sálvese el que pueda'». Su conciencia de amante, la falsa conciencia del romántico apasionado por principios, le acusaba, le decía que los recientes vapores de la orgía le prestaban un fuego que no era fingido; fuese resto de borrachera, agradecimiento, nostalgia de la luna de miel o lo que fuese, ello era que aquel panteísta de la hora de los brindis no sentía repugnancia ni mucho menos al cumplir aquella noche sus más rudimentarios deberes de esposo; a la sorpresa que le causó la extraña actitud de Emma, sucedieron pronto muchas sorpresas de un orden inenarrable, llámese así, sorpresas que le enseñaron allá entre sueños, que el que más cree saber no sabe nada, que las apariencias engañan, que la aprensión hace ver lo que no hay, y viceversa; en fin, ello era que, o los dedos se le antojaban huéspedes, o veía visiones, o su mujer no estaba tan en los últimos como ella decía, ni las gallinas y chuletas que juraba no digerir, ni los vinos exquisitos que aseguraba ella que la envenenaban, dejaban de surtir sus efectos en aquella «naturaleza»; que las unturas y el algodón en rama habían producido una... palingenesia.... algo así como una vegetación de la oscuridad, pálida, pero no mezquina.

Y como estos dioses rudimentarios eran temidos en la proporción en que habían sido poderosos y temibles en vida, los caudillos sobresalientes deslucían a los comunes en la imaginación de los sobrevivientes, como el sol a las estrellas durante el día, relegándolos a subdioses, y magnificados aquéllos después por la leyenda, vinieron a ser dioses locales o tribales, dioses nacionales más tarde, con el triunfo de su tribu sobre otras tribus, dioses universales, finalmente, y por el mismo proceso de abultamiento fantástico que en la antigüedad griega levantaba la reputación de poder sobrenatural de una estatua particular de Júpiter, de Venus o de Minerva, sobre todas las restantes, y que en la actualidad católica y cismática destaca la reputación milagrosa de una entre los millares de imágenes o de estatuas de la Virgen o de los santos, sobre todas las de un país, como sucede con la de San Nicolás de Rusia, o con la de Luján entre nosotros, o sobre la de todos los países como ocurre con la de Lourdes en Francia.

Todavía más primitiva es la situación de las tribus del Chaco, que subsisten de la caza, la pesca y los frutos silvestres, con dioses rudimentarios, pero sin ganados, porque el mal de cadera no ha permitido la aclimatación del caballo.

El que pinta bien la naturaleza muerta, jamás será tan gran artista como el que pinta bien la naturaleza viva: quien reproduzca sólo las formas más groseras de la vida y los movimientos rudimentarios del espíritu, no alcanzará la gloria del que sabe evocar y poner en conflicto patético las grandes pasiones del alma humana.

Primeramente, tribus miserables y escasas vagaban por las costas, buscando el alimento de los crustáceos arrojados por las olas: una vida semejante á la de los pueblos rudimentarios que Ferragut había visto en las islas del Pacífico.

En los sitios llamados Boyo-Cayanipi y Mapoting-Bulauan, se encuentran formaciones auríferas que los naturales explotan en pequeñísima escala, empleando los medios más rudimentarios que se usan en el mundo para esta clase de trabajos.

El molusco era nuestro abuelo venerable, el jefe de la casa, el creador de la dinastía, el antecesor, cargado con una nobleza de millones de siglos... Estas ideas resucitaban ahora en Febrer, con la frescura de verdades indiscutibles, al contemplar los seres inmóviles y rudimentarios encerrados en su caparazón, agarrados a las rocas, debajo de sus pies, en las profundidades del verde cristal tembloroso entre los escollos.

Era la época de las cavatinas, cuarteadas con acompañamientos rudimentarios; Lohengrin bebía mosela en los vidrios blasonados de Baviera; el Trovador era la ópera con Mirati y Tamberlick; eras el drama con la Rodríguez y la Bigones, con Enamorado y Vilardebó. ¡El teatro de la Victoria era tu campo de batalla! ¡Oh, mis buenos y bravos cómicos, aquella noche estaban todos!

Cambiaban las formas, pero el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así sería siempre.