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Algunos obreros tendían de tronco á tronco guirnaldas de follaje y clavaban grupos de banderolas. Friterini, elevado á la categoría de maître d'hôtel, había sacado de su maleta un frac algo apolillado, recuerdo de los tiempos en que prestaba servicio como camarero auxiliar en hoteles de Europa y de Buenos Aires.

En días de fiesta patriótica, ayudado por Friterini, procedía al embanderamiento de la techumbre, dando explicaciones al comisario, único representante de la autoridad. Se expresaba como un jefe de protocolo llamado á consulta por el presidente del gobierno. Usted, don Roque, conoce muchas cosas; pero en esto de las banderas yo mejor con qué bueyes aro.

Como el público no cabía dentro del establecimiento, formaba corros fuera de él; y Friterini, ayudado por las mujeres, entraba y salía incesantemente con botellas y vasos. Sonaban las guitarras, acompañando los gritos y los palmoteos de la gente amontonada en torno á los bailarines.

El camarero apodado Friterini, joven pálido, de cabellera echada atrás, ojos febriles y brazos arremangados, cuando dejaba de servir á los concurrentes iba á una mesa ocupada por varios trabajadores españoles, á los que describía la belleza de su ciudad natal en un lenguaje de italiano llegado dos años antes al país.

Ahora, Friterini, mio caro, ve colocando banderas á tu gusto... ¡á lo que salga! pues todos somos iguales, y ésta es «la tierra de todos», como dice don Manuel. En verano las moscas invadían en proporciones inauditas el interior algo lóbrego del boliche, huyendo de la atmósfera ardorosa de una tierra siempre sedienta.

No los dejes bailar mientras no llegue la marquesa ordenó á Friterini . La ceremonia es para ella, y de seguro que le parecerá muy mal al señor de Canterac que empiece antes de tiempo. Pero músicos y bailarines no hicieron caso alguno de sus escrúpulos y continuó el baile. Elena estaba mientras tanto en el salón de su casa, lujosamente vestida para asistir á la fiesta.

Empezaba la parte más interesante de la fiesta para muchos de los invitados. Friterini dió voces, dirigiendo á las mestizas encargadas del servicio.

Como el dueño del boliche estaba ausente, Friterini, detrás del mostrador, imitaba el aire del patrón, mientras leía con arrobamiento un periódico italiano, viejo y sucio. Levantó Manos Duras sus ojos, avisado por una tos discreta, y vió en la puerta á la mestiza, que le hacía señas para que saliese.

Al mismo tiempo hacía recomendaciones de parquedad y prudencia en el servicio al entusiasta Friterini con palabras deslizadas al paso y misteriosos ademanes. «¡Con tal que alcancen los pesos de Canterac! pensaba .Empiezo á creer que no tendremos bastante para pagarlo todo

Al ser mencionado el puma, algunos volvían á sonreir torciendo sus ojos hacia Friterini. Un amanecer, al salir el camarero al corral del boliche, había visto saltar del fondo de un tonel vacío á una especie de tigre con la piel á redondeles y del tamaño de un perro.