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¡Cuántas reflexiones, cuán amargos sentimientos invadían sus almas! Así que pasaron unos instantes, la anciana, sobreponiéndose a los terribles pensamientos que la embargaban, dijo gravemente: ¿Ve usted, Juan Claudio, como Yégof no estaba equivocado? Sin duda, sin duda, no estaba equivocado respondió Hullin ; pero ¿qué prueba eso?

Permanecía yo en mi sitio predilecto hasta que las sombras invadían la ciudad, hasta que se apagaban en los horizontes y en las cimas los últimos reflejos del sol, y Villaverde encendía sus luces, y Véspero, el amado Véspero, bañaba la vega en apacible y misteriosa claridad.

Y dijo esto con voz fosca, convencido ya de la completa realización de la ofensa. Al anochecer salió del Casino, huyendo de las personas conocidas que invadían el bar y le obligaban á sonreir y sostener frívolas conversaciones, mientras su pensamiento estaba lejos.

Sin embargo, la mujer no estaba más que desvanecida. Incomodada por las hormiguitas que invadían su cuerpo e iban a libar en ciertas secreciones de sus ojos, a media noche ya, hizo un esfuerzo, se apoyó sobre sus manos, se sentó, se puso de pie.

Azorado y en voz baja, y mirando a todas partes, como si temiese ver aparecer a los polizontes que invadían el palacio, le dijo: Pero ¿qué es esto?... ¡Habla, hija mía!... Currita se dejó caer en un sofá, cubriéndose el rostro con el pañuelo. ¡Estoy perdida! dijo. El respetable Butrón abrió la boca, como si fuera a tragarse un queso entero.

El de la Aduana estuvo a punto de triunfar; pero lo desecharon por no estar siempre entre franceses, así como se excluyó el Imperial por los toreros, y otro por las cursis que lo invadían. Feijoo se habría quedado allí; pero a Rubín le eran antipáticos los alumnos de escuelas preparatorias militares que iban a Fornos a primera hora.

Touristas madrileños, hombres políticos y altas jerarquías militares, damas modeladas en el más genuino troquel del mundo moderno, invadían los salones en que ya se cantaban dúos y cavatinas, y se bailaban lanceros y cuadrillas, y se amaba y se coqueteaba según la flamante escuela.

Y si D. Marcelino no era exclusivo en la naturaleza y circunstancias de sus mercancías, fuerza es confesar que aún lo era menos en el carácter y opiniones de los tertulios que cotidianamente invadían su tienda.

Desde allí, ora salía D. Fruela con buen golpe de gente a caballo para penetrar en tierra de moros y talar y saquear cuanto podía, ora embarcaba a sus satélites en algunas fustas y galeras de su propiedad, e iba a piratear o a dar caza a otros más crueles piratas que infestaban aquellos mares e invadían y asolaban a menudo las costas de España: eran los idólatras normandos de Noruega y de la última Tule.

Del vago albor que clareaba en las cimas orientales, de las suaves tintas glaucas que todo lo invadían, brotaron lentamente, primero indecisos e indefinibles, luego distintos y bien perfilados, celajes y nubecillas de color de violeta, a través de las cuales vimos que desaparecían las estrellas entre ráfagas de fuego.