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Pues supongamos que Amparo no se ha casado con Fidel....., sino con otro, á gusto exclusivo de los padres tiranos..... La musa romántica se apodera entonces por completo de la acción. Ya no se trata de Werther y Carlota: ya se trata de Francesca y de Paolo.

Pero tal vez sea joven y buen mozo el verdadero Paolo del romance... y usted su Francesca le indiqué sonriendo. Sus dulces labios se entreabrieron ligeramente, pero sacudió la cabeza, suspirando al contestar: Hágame el favor de no anticipar nada sobre eso. Confío y espero que sea viejo y muy feo. De modo que no pueda despertar mis celos, ¿no es verdad? exclamé riendo.

No: Fidel no buscará á la emparedada; ni, si la buscara, la encontraría; ni, si la encontrase por acaso, la Francesca del reino de Granada sería tan melodramática como la de Rimini. El recato de Amparo llega hasta el martirio. ¡Ha aceptado el cáliz de amargura, y no hay miedo de que aparte de él sus ojos ni sus labios! Fidel no lo ignora: Amparo está enterrada en vida.

Volvióse indignado y sorprendido, y vio inclinada sobre la suya la gran cabezota de Diógenes, que, sonriendo y babeando, le decía amorosamente: ¡Francesca mía!... ¡Si soy yo, Paolo!... Verde de ira y amarillo de miedo púsose Francesca, cual si viese asomar por detrás de Paolo la sombra siniestra de Gianciotto, y gruñó entre dientes: ¡Qué cosas tienes!... De verras que erres pesado...

Con todo, lejos de pararnos, tomé de la cintura a Nanela, ¡Nanela, la mujer única de mi universo!... Ella recostó su cráneo sobre mi hombro, y seguimos como Paolo y Francesca en las profundidades del infierno. Aspiremos el aire de la montaña me dijo para fortalecernos. Aspiramos, en efecto, mientras marchábamos, un aire lleno del estruendo de las batallas y de los resplandores del incendio.

Anda huido de Constantinopla, donde ha hecho no qué atrocidades, y por lo visto ha olido que Elvira tiene dinero y quiere ahorrarle el trabajo de guardarlo. Mañana, antes de salir, tendrá una conferencia con el padre Cifuentes, que Francesca di Rimini le servirá de tercero...» Aquí notó Diógenes que la concordancia era vizcaína, y añadió: «...o de tercera.

Romeo despidiéndose de Julieta y bajando por la escala cuando el canto de la alondra se lo ordena cruelmente: Francesca y Paolo leyendo juntos el libro de Galeoto: Fausto y Margarita paseando cogidos del brazo por el jardín: una joven circasiana reclinada sobre cojines de terciopelo, etc., etc. La puerta torna á abrirse y chilla un poco.

Pero de una Francesca á quien Paolo no ve sino en sueños; de un poema de dos amores sin esperanza; el amor de él y el amor de ella, separados siempre y siempre paralelos, como dos ríos que cruzan á todo lo largo un mismo valle de lágrimas, sin mezclar nunca sus corrientes.