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Bajo el azulado velo del sereno firmamento en aquel feliz momento de olvido y de loco anhelo, quisiera emprender el vuelo hacia recuerdos hermosos, que brillan esplendorosos en medio de mis dolores y ofrecen consoladores las dulzuras de mi cielo.

Un resplandor de oro, de piedras preciosas, de objetos de gran brillo, que aun parecían más esplendorosos en este ambiente de miseria, hirió los ojos del asombrado Maltrana. El tesoro era cierto. ¡Vive Dios! La realidad tenía sorpresas de cuento fantástico. El joven pensó por un instante en las novelas de portentosas aventuras leídas en su juventud. La vieja se gozaba en el asombro del nieto.

Amanecía ya, y, por las trazas, un día de los más esplendorosos y templados que podían concebirse en aquella estación y en aquel pueblo.

Obdulia devoraba con los ojos al narrador, cuando este refería con hiperbólicos arranques las maravillas de la gran ciudad, nada menos que en los esplendorosos tiempos del segundo Imperio. ¡Ah! ¡la Emperatriz Eugenia, los Campos Elíseos, los bulevares, Nôtre Dame, Palais Royal... y para que en la descripción entrara todo, Mabille, las loretas!... Ponte no estuvo más que mes y medio, viviendo con grande economía, y aprovechando muy bien el tiempo, día y noche, para que no se le quedara nada por ver.

»Para ellos los monasterios pobres y sombríos; para nosotros los verjeles, el harem, los baños y las aljamas: aljamas revestidas en lo interior de bruñidos jaspes y esplendorosos estucos, que con su luz y su fragancia transportan al fiel muslim á la casa celeste de la Adoracion construida de jacintos rojos y cercada de lámparas inextinguibles.

Los de la marquesa se enderezaban a dar a sus salones, en el próximo invierno, el último barniz de que carecían para brillar entre los más esplendorosos de la corte: quería construir un elegante teatro doméstico, en el cual las damas y los galanes más distinguidos de la aristocracia representasen lo selecto del repertorio... francés, en lengua francesa por de contado.

En la fertilidad y verdura de los campos, en las umbrías solitarias, durante las horas meridianas, cuando vierte el sol a torrentes sus rayos esplendorosos, en el augusto silencio de la noche, en la amplitud del cielo lleno de estrellas, en el movimiento y en la vida de los seres, en la yerbecilla que pisaban sus pies, en la flor silvestre que deshojaban sus dedos y en el astro remoto que sus ojos apenas distinguían, en lo más cercano y en lo más distante, Fray Miguel buscó la clave del misterio, quiso hallar la cifra de un nombre incomunicable, pugnó porque se le apareciese y se le revelase lo sobrenatural y lo sobrehumano.

De regreso á París, Coquelin alquila un teatro para ir arreglando la «mise en scène» de la nueva comedia, y continuamente y en todas partes repite los versos esplendorosos del «Himno al Sol», que oyó de labios del maestro y que se trajo robados en la memoria.