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La Mariposa, al reconocer a su nieto, quiso abrazarle, pero se contuvo mirando sus manos sucias por el hediondo cocineo. Maltrana, sofocado por el calor, se sentó en la plazoleta, buscando la sombra de una de las cabañas. La abuela mostró gran asombro por su visita. ¡Quién podía esperarte!... ¡Tanto tiempo sin venir a verme! Desde que hiciste la calaverada con la chica del Mosco...

LA CHOUTE. ¡No puedo violar el secreto profesional...! BEAUVALLON. ¿Ni siquiera para ...? LA CHOUTE. Ni siquiera para ti. Y, además, ¿no tienes nada urgente que hacer...? ¡Te conozco...! ¡Deben esperarte...! BEAUVALLON. ¡Que me esperen...! ¡Te lo ruego, La Choute...! ¡Permíteme asistir a una de tus consultas...!

Por esto y nada más que por esto hubiera querido esperarte en la estación y llevarte conmigo por ahí. ¿Te avergüenzas de ...? No tengo derecho a juzgarla. ¡Ya ve usted...! Yo no había pensado siquiera en buscar madrina... CIRILO. Era una broma que mis compañeros me habían gastado sin que yo lo supiera. Cuando usted me escribió, su carta me pareció tan bonita, que contesté.

sufres, Carmen; es preciso que me lo cuentes todo...: háblame pronto, antes que nadie venga. Ella, serenándose, tornó a sonreir con graciosa malicia. No vendrán ahora, descuida; me han dado un encargo para ti...; te vieron llegar y me mandaron venir a esperarte.... Curioso, preguntó el médico: A ver, ¿qué se les ocurre a esas señoras?

Salieron ambos, como se ha dicho, uno tras otro, con diferencia de algunos minutos; pero como la anciana se detuvo un ratito en la verja, hablando con Pulido, el ciego marroquí se le juntó, y ambos emprendieron juntos el camino por las calles de San Sebastián y Atocha. «Me detuve a charlar con Pulido por esperarte, amigo Almudena. Tengo que hablar contigo».

La pálida y moribunda desposada volvió hacia el prelado sus ojos, en los que se reflejaba la gratitud más sincera; después estrechó a Carlos contra su pecho... y como si hubiese esperado su último beso, con la mano le mostró el cielo, diciéndole: ¡Amado mío... mi esposo! ¡voy a esperarte!... Al concluir de pronunciar estas palabras, dejó de existir.

Pero el prudente Quino le habló de esta manera: Yo no dudo, Nolo, que vayas á Canzana esta noche, aunque bien sabes que los de Lorío no dejarán de esperarte en el camino. Si todos los hemos agraviado ahora, á nadie más que á ti guardarán rencor. Grande alegría les darías si pudiesen saciar en ti su venganza, porque fuiste quien les preparó la garduña en que cayeron.

¡Quién fuera trucha para morderte una pantorrilla y chupar esa sangrecita dulce! ¡Quién fuera anguila para deslizarme entre tu ropa y registrar tus secretos!... Pero no... ¡Quién fuera ratón para ir ahora mismo á tu cuarto y esperarte allí y salir por la noche para soplarte al oído!