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Los doscientos caballos, y trescientos infantes á quien el Duque habia dado las haciendas que se ha dicho viendo el peligro de sus campañeros, y creyendo que aquel mismo rigor se habia tambien de executar en ellos, fueronse al Duque, y le dixeron, como entendían que aquel exército que tenia junto era para contra sus compañeros, y amigos; y que si esto era así verdad, ellos les renunciaban las haciendas que les dió, porque tenian por mejor suerte morir defendiendo á los suyos, que gozar riquezas en paz, pereciendo ellos.

Tocaba á Itobad responder, y dixo que él no entendia de adivinanzas, y que le bastaba haber sido vencedor lanza en ristre. Unos dixéron que era la fortuna, otros que la tierra, y otros que la luz. Zadig dixo que era el tiempo.

Comenzó a sentir grandes angustias y fatigas en el estómago y en el corazón; visitole el Doctor Vicencio Moles, Médico de la Familia, y su Magestad cuidadoso de su salud, mandó al Doctor Miguel de Alva, y al Doctor Pedro de Chavarri, Médicos de Cámara de su Magestad, que le viesen, y conociendo el peligro dixeron era principio de terciana sincopal minuta sutil, afecto peligrosísimo por la gran resolución de espíritus, y la sed que continuamente tenía, indicio grande del manifiesto peligro de esta enfermedad mortal.

Pidió limosna á muchos sugetos graves que todos le dixéron que si seguia en aquel oficio, le encerrarian en una casa de correccion, para enseñarle á vivir sin trabajar. Dirigióse luego á un hombre que acababa de hablar una hora seguida en una crecida asamblea sobre la caridad, y el orador, mirándole de reojo, le dixo: ¿A qué vienes aquí? ¿estás por la buena causa?

Basta con eso, le dixéron, ya es vm. el apoyo, el defensor, el adalid y el héroe de los Bulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria.

Y ellos le dixeron, En Beth-lehem de Iudea; porque anši eštá ešcripto por el Propheta: Y tu Beth-lehem [de] tierra de Iuda, no eres muy pequeña entre los principes de Iuda: porque de ti šaldrá Guiador, que apacentará

Púseme en volandas en la cocina de la reyna; algunos de los gentiles-hombres de beca me dixéron que habia muerto, otros que estaba presa, y otros afirmáron que se habia escapado; pero todos estaviéron contestes en que no se me pagarian mis requesones.

Porque no ha hecho matar bastante gente; ha dado una batalla á un almirante francés, y hemos fallado que no estaba bastante cerca del enemigo. Pues el almirante francés tan léjos estaba del inglés como este del francés, replicó Candido. Sin disputa, le dixéron; pero en esta tierra es conveniente matar de quando en quando algun almirante para dar mas ánimo á los otros.

Quatro soldados formados en frente le tiráron cada uno tres balas á la mollera con el mayor sosiego, y toda la asamblea se fué muy satisfecha. ¿Qué quiere decir esto? dixo Candido: ¿qué perverso demonio reyna en todas partes? Preguntó quien era aquel hombre gordo que acababan de matar con tanta solemnidad. Un almirante, le dixéron. ¿Y porqué han muerto á ese almirante?

Iban á proceder á la tercera tanda, quando Candido no pudiendo aguantar mas pidió por favor que se le hicieran de levantarle la tapa de los sesos; y habiendo conseguido tan señalada merced, le estaban vendando los ojos, y le hacían hincarse de rodillas, quando acertó á pasar el rey de los Bulgaros, que informándose del delito del paciente, como era este rey sugeto de mucho ingenio, por todo quanto de Candido le dixéron, echó de ver que era un aprendiz de metafísica muy bisoño en las cosas de este mundo, y le otorgó el perdon con una clemencia que fué muy loada en todas las gacetas, y lo será en todos los siglos.