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A los dos les parecía vivir en otro mundo, rodeados de las incoherencias de una pesadilla. ¡Ellos teniendo que preocuparse del dinero, que había sido hasta entonces algo natural en su existencia, como lo es para todos el sol, el aire ó el agua; viéndose obligados á perseguirlo en su fuga por caminos que desconocían!... No, esto no era lógico: un breve capricho del destino.

Únicamente desconocían esta voluptuosidad los infelices de tierra adentro, que llaman á cualquier rancho arroz á la valenciana.

He aquí por qué sus padres desconocían un mal que con el tiempo no hacía más que crecer, y finalmente, cayó enferma víctima de una cruel enfermedad, y en los accesos de delirio pronunciaba con frecuencia el nombre de Guillermo. Cuando la fiebre comenzaba a calmarse y Cornelia recobraba el sentido, su madre se sentaba a su lado y la interrogaba de nuevo.

Difícil era averiguar las emociones tristes o placenteras que cruzaban por el alma de Cecilia, aunque no imposible. No sabemos si ponía empeño en ocultarlas o era forzada a ello por su misma naturaleza. Lo cierto es que en la casa, hasta sus mismos padres las desconocían casi siempre.

Pero al verle con la impedimenta de unos amigos, sin libertad para huir, podían aprovechar la ocasión y darle caza. Porque él no era capaz de escapar; yendo con personas que desconocían el terreno, antes se dejaría hacer pedazos que cometer tal indecencia. Es un disparate continuó ir a esta faena con gente floja como vosotros. Pero lo de esta noche no es caza seria: es un bicheo.

Varios sucesos distrajeron por unos días la atención pública, y la espía quedó momentáneamente olvidada. Al llegar á Salónica hizo discretas preguntas á sus amigos militares y marinos en los cafés del puerto. Casi todos desconocían el nombre de Freya Talberg. Los que lo habían leído en los diarios contestaban con indiferencia. quién es: una espía que fué artista; una mujer de cierto chic.

Las nuevas generaciones desconocían a los viejos, se negaban a recibir de sus brazos, fatigados y débiles, el fardo de odios y esperanzas. Salvatierra miraba con tristeza al grupo de los trabajadores. No le conocían o fingían no conocerle. Ni una sola mirada se había fijado en él.

Muchos de aquellos hombres habían estado en Jerez muy contadas veces, desconocían las calles y seguían a sus conductores con la docilidad de un rebaño, pensando con inquietud en el modo de salir de allí si les obligaban a escapar. La avalancha negra y muda avanzaba con sordo tropel de pasos que conmovía el piso. Cerrábanse las puertas de las casas, apagábanse las luces en las ventanas.

Nosotros no sentimos que la Tierra nos arrastra así por los espacios celestes, en compañía del globo que habitamos, como tampoco nos damos cuenta del movimiento de rotación diurna. Los antiguos los desconocían ambos, y los atribuían aquél al cielo entero, y el segundo al Sol en persona. Tomaban, pues, por realidades, lo que sólo era apariencia.

Aun para los que desconocían los escabrosos detalles de estas relaciones públicas del marqués con la tierna recién casada, la circunstancia precisamente de la extremada juventud de su cómplice, le daba un aire de criminal corrupción de menores que causaba universal repugnancia.