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Cada uno lleva su merecido dijo Momo ; esa embrollona descastada había de parar en mal: no podía eso marrar. Si no estuviese cansado, iba sobre la marcha a contárselo a Ratón Pérez. Capítulo XXV No tardó en esparcirse por todo el lugar la voz de que la hija del pescador había sido asesinada.

¿Qué quiere usted, don Federico? contestó esta . Se me anuda la garganta para decirle a un hombre que lo quiero. Soy seca y descastada, como dice la tía María, que no por eso deja de quererme; cada uno es como Dios lo ha hecho. Soy como mi padre; palabras, pocas.

Tiene a lo mejor algunas corazonadas felices; pero cuando menos se piensa la pega... El mejor día abandona a su niño o lo mete en la Inclusa... No, eso que no se lo consentimos. Si el pobrecito tiene una madre descastada, no le faltará quien mire por él. Cuando esto pensaba, sintió subir a otra persona.

Tan vanidoso es el hombre, que la palabra querida sonó en los oídos de don Quintín como una música deliciosa. Luego, por la cuenta que le traía, convenció a su mujer de que a Cristeta le era indispensable vivir sola. Ambos viejos, medio en serio, medio en broma, la llamaron descastada, ingratona y mala cabeza; pero se conformaron, quedando resuelto que a nadie dirían su paradero.

Oye, Ratón Pérez le dijo , ya puedes comer cebolla hasta hartarte, que a don Federico le ha tentado el diablo y se casa con la Gaviota. ¿De veras? exclamó consternado el barbero. ¿Te asombras? Más me asombré yo; ¡sobre que hay gustos que merecen palos! ¡Mire usted, prendarse de esa descastada, que parece una culebra en pie, echando centellas por los ojos y veneno por la boca!

Parecía un cadáver en pie. De pronto, despertó la fiera humana que se encabrita y ruge ante la desgracia. ¡Ah, perra descastada! bramó. ¡Mala piel! ¡....! Y el supremo insulto a la virtud femenil salió de sus labios disparado contra María de la Luz. Avanzó un paso, con la mirada extraviada y el puño en alto.

Desde Santurroriaga me mandó a pedir ciertos papeles: su fe de bautismo, las partidas de muerto de sus padres... qué yo, algunos documentos tenía ella...; yo no estuve delante si le dijeron los latines, ni fui padrino; ¡y la grandísima necia descastada, viene luego a Madrid, recoge cuatro trastos de mi casa; y abur! Yo no he de pedirle ni agua, ni quiero meterme en su vida privada.