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Se arrimó á uno de los nogales y durante buen rato salieron de su boca ciclópea profundos, temerosos estallidos mientras su vientre se agitaba como la montaña de un volcán en erupción. ¡Dejadlo, dejadlo... no podía más!... Aquello era lo más gracioso que había oído en su vida. También el alcalde, arrimado á otro árbol, reía y tosía hasta querer reventar.

De pronto, don Quijote hizo un molinete con la lanza obligando a que todos se alejaran del lecho, y clamó con voz colérica e imperativa: ¡Basta ya, chusma cobarde y desenfrenada! ¡Apartaos! ¿No veis que es un solo hombre al que todos acosáis? ¡Dejadlo que combata conmigo solo en singular batalla, y Dios dirá de qué parte están la razón y la justicia!... He ahí mi guante, Cide Hamete Benengeli, y salgamos a luchar en campo abierto, si no miente vuestro nombre y corre aún sangre en vuestras venas.

Dejadlo ir dijo el Sultán , y , agradable Abu-el-Casín, vuela a la Alcazaba y registra el último agujero de sus murallas y subterráneos, hasta dar con ese loco recomendado por el otro loco. Oyendo y obedeciendo respondió el capitán de la guardia, y desapareció abriendo y cerrando los brazos y bajando la cabeza.

Explicaréme: la historia de vuestro casamiento, mis buenos amigos, es un proceso. Largo habréis de escribir si de todo habéis de dar cuenta, y es grande lástima que la tinta ponga negros unos dedos tan rosados. Dejadlo eso para , señora, que todo lo tengo negro, hasta la esperanza, y veníos aquí al amor de la lumbre y escuchadme, que tenemos harto que hablar.

Traed vos dineros, Sancho, y el casarla dejadlo a mi cargo; que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho, mozo rollizo y sano, y que le conocemos, y que no mira de mal ojo a la mochacha; y con éste, que es nuestro igual, estará bien casada, y le tendremos siempre a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos, nietos y yernos, y andará la paz y la bendición de Dios entre todos nosotros; y no casármela vos ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan, ni ella se entienda.

¡Ah! ¿sois vos, señor Juan? que me place; y ya que no nos hemos sangrado, alégrome de que hayamos acariciado nuestras espadas para daros un consejo: lo de tajos y reveses á la cabeza, dejadlo á los colchoneros, que sirven bien para la lana, y aficionáos á las estocadas; de sólo deciros que de los instrumentos de filo, sólo uso la lengua. ¿Pero qué hacéis aquí? Espero.

Le vamos a dar la muerte encerrándolo en un manicomio. ¡Dejadlo al pobre! ¿Quién sabe si irá mejorando poco a poco hasta ponerse enteramente bueno? Con un par de criados que le vigilen día y noche todo queda arreglado. Pero Carlota no quería oír de este arreglo. Su temperamento sano, equilibrado, rechazaba con profunda aversión toda insanidad del espíritu.

Tomad un poco de musgo de un tejado cualquiera, dejadlo algunos días en agua, y observad después con un microscopio. Un poderoso animal, el elefante, la ballena de los infusorios, muévese con un vigor y un garbo de vida que no siempre tienen semejantes colosos. Respetémoslo.