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La primera cuenta que acepta en secreto las pretensiones del príncipe de Ursino, y la segunda describe con fuego la pasión que le inspiró el hermano de Porcia, Don Alvaro, correspondida por él con igual vehemencia. Pero Don Alvaro se había embarcado después, recibiéndose á poco la noticia de haber naufragado el buque que lo llevaba, pereciendo todos los pasajeros.

Felisa tenía veintitrés años; era hermosa, rica, estaba enamorada, podía casarse, porque su tutor no lo estorbaba, y sin embargo, iba dilatando voluntariamente la realización de su ventura: encantos de la juventud, bienes de fortuna, pasión correspondida, todas las circunstancias que justificaban y debieran de contribuir a que la boda se celebrase pronto, quedaban en ella esterilizadas por una resistencia incomprensible.

Tal vez la presión fue ligeramente correspondida, pues el galante coronel se alejó ahuecando su pecho y con paso triunfante, tan vigoroso como lo permitían la estrechez y altos tacones de sus botas. Cuando se hubo alejado convenientemente, Lady Clara abrió la puerta, escuchó por un momento desde la desierta entrada, y luego subió la escalera rápidamente, hasta llegar a su antigua habitación.

Amaba, en realidad, a la señora Liénard, pero la amaba con amor cándido y apasionado, aunque nunca se había hecho la ilusión de que su ternura se pudiese ver correspondida. No ignoraba que una barrera casi infranqueable le separaba de la viuda. Y aunque amaba sin esperanza y sin la ilusión de verse a su vez amado, no por eso había de ser menos accesible a los celos.

¡El amor que le tiene usted debe ser muy profundo cuando ha aceptado usted ese papel, ocultando los celos que la torturaban, fingiendo ignorancia e indiferencia! ¡Y cuán mal correspondida ha sido usted!

Sus breves días de ventura, cuando enamorada perdidamente de su esposo y creyéndose de él correspondida, habíase creído en posesión del falso objeto de la vida, que es la dicha, y se había olvidado del objeto verdadero, que es Dios, se le pusieron delante.

Este descubrimiento me colmó de la mayor alegría. Ante todo, porque veía embellecerse mi vida con un encanto, que no dejaba por eso de ser real, y luego, porque si yo amaba, era seguramente correspondida. En efecto, amaba al señor de Couprat porque me había parecido hechicero; por consiguiente, mi aspecto debió producir en su corazón el mismo sentimiento, puesto que él me hallaba encantadora.

La pasión, por consiguiente, se supuso. Y una vez supuesta, se supuso también que no podía menos de ser correspondida.

ELECTRA. ¡Ya lo creo! CUESTA. ¿Ha hecho su declaración de una manera decorosa? ELECTRA. ¡Si no ha hecho declaración!... No me ha dicho nada... todavía. CUESTA. Tímido es el mocito. ¿Y a eso llama usted novio? ELECTRA. No debo darle tal nombre. CUESTA. ¿Y usted le ama, y sabe o sospecha que es correspondida? ELECTRA. Eso... lo sospecho... No puedo asegurarlo.

Ocúrrese entonces al criado de Don Juan explotar esta circunstancia, para sacar á su amo de la situación apurada en que le pone su pobreza. Ejecuta su plan con el mayor misterio, temiendo la oposición de su señor; pero se ingenia, sin embargo, con astucia para hacer creer á la viuda que es correspondida su pasión amorosa.