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Los últimos forman un partido nuevo, que pugna por crearse adeptos a favor de las ideas sanas y moderadas que sostiene. Es indispensable olvidar la tradición de nuestros partidos argentinos desde 1852 a la fecha, para formarse una idea exacta de los de Colombia. Un demagogo de los nuestros pasa allí por un conservador y un conservador argentino es un comunista para los colombianos de ese tinte.

Ahora bien; no hay negro que no sea comunista, como no hay canónigo que no sea conservador. El día que suceda lo que se teme, habrá una invasión a las propiedades de los blancos que, reprimida o no, traerá seguramente la ruina.

Esta opinión no ha logrado cautivar á M. Pouchet, quien se inclina por la de Ehrenberg. Lo incontestable y admirable en ellos es el vigor de sus movimientos. Varios tienen todas las apariencias de una individualidad precoz, no permaneciendo mucho tiempo avasallados á la vida comunista y polípera do se arrastran sus superiores inmediatos, los verdaderos pólipos.

De ella, lo más apreciado por el autor y por el protagonista era el «Capítulo ochenta y dos», titulado así: «De cómo el general, a pesar de ser antimilitarista, comunista y ácrata, se vió obligado á fusilar á doscientos cincuenta compañeros de armas que se rebelaron contra el gobierno, faltando á la disciplina

Y Salvatierra, ante el silencio respetuoso de sus amigos, hacía el elogio del porvenir revolucionario, de la sociedad comunista, ensueño generoso, en la cual los hombres encontrarían la felicidad material y la paz del alma. Los males del presente eran una consecuencia de la desigualdad. Las mismas enfermedades eran otra consecuencia.

He aquí un comunista melenudo que acaba de despeñarse desde la cúspide de la extrema izquierda para tomar la tribuna por asalto, donde gesticula y vocifera pidiendo la abolición del presupuesto de cultos. Las izquierdas aplauden; el centro escribe, lee, conversa, se pasea, perfectamente indiferente; la derecha atruena el aire con interrupciones.

aquí tres repúblicas que realizan el bello ideal de los positivistas, y que llenan todas las condiciones pedidas por Vd.: repúblicas de matemáticos, de ingenieros, de químicos y de industriales, que pasan la vida cavando la tierra, edificando y destilando, «aplicando al trabajo todas las fuerzas físicas sin «malgastar sus fuerzas intelectuales en ornamentaciones inútiles, ni en monólogos sublimes, pero estériles»; y deshojando las flores para arrojar sus perfumes en el gran alambique de la fábrica comunista!

Pero Gambetta dominó el tumulto, hizo bajar de la tribuna a Cassagnac, lo censuró, y calmó la agitación. He oído varias veces a M. Clemenceau, el gran orador radical. Le defendiendo a Blanqui, el condenado comunista, que había sido electo diputado por Burdeos. Es uno de los oradores que mejor habla y que posee dotes más notables.

Otra prueba de la misma verdad nos ofrece una novela del Sr. Bellamy, ciudadano anglo-americano también, novela de la que se vendieron cerca de cuatrocientos mil ejemplares, a poco de ver la luz pública. La novela era lo que podemos llamar una utopia socialista o comunista. La imaginó el autor en porvenir no muy distante. La revolución social se había ya realizado.

Cada clase hace las cosas á su modo; pero confieso que las vanidades de la feria me parecen mas excusables que las de las procesiones. Cristo y la Vírgen deben de incomodarse mucho en el cielo, al ver el modo como se les adora públicamente en la tierra. El primer tren de Sevilla a Córdoba. Un marques comunista. La provincia de Córdoba, Aspecto de la capital; su poblacion y su estadística.