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Había en las filas renacuajos de dos pies de alto, con las patas en curva y la cara mocosa, que blasfemaban como carreteros; había quien, mudando los dientes, escupía por el colmillo; había quien llevaba una colilla de cigarro detrás de la oreja y una caja de fósforos en un hueco, que no bolsillo, de la ropa.

El viejo les imitaba, y acogiendo con sonrisa enigmática los elogios de los señores a su voz de trueno y a la entonación de caudillo con que mandaba a la gente, liaba el cigarro, fumándolo con calma para que los pobres de abajo tuviesen algunos segundos más de reposo a costa del buen humor del amo. Cuando no le quedaba más que la colilla, nueva diversión para los señores.

Un hombre iba delante de él, andrajoso, con un saco a la espalda, recogiendo los residuos de toda especie que encontraba: huesos, ramas, papeles, trapos, canturriando para amenizar su faena; llegó así a un sitio, cerca del terraplén del ferrocarril, en que había dos enormes caños de estos que debieran servir, y no sirven, para las obras de salubridad, abandonados, y se sentó sobre una piedra, dejó el saco repleto en el suelo, sacó la colilla de tras de la oreja y la encendió... A la luz del fósforo, Quilito reconoció al gran Menipo, o sea Agapo, en prosa llana.

Una bala había llevado a Medio-hombre la punta de su pierna de palo, lo cual le hacía decir: «Si llego a traer la de carne y hueso...» Dos marinos muertos yacían a su lado; un tercero, gravemente herido, se esforzaba en seguir sirviendo la pieza. «Compadre le dijo Marcial , ya no puedes ni encender una colilla».

Largos días pasó Cafetera meditando sobre el asunto; y ya casi olvidado de él estaba una mañana en que había libado bastante, sentado sobre un guardacantón, fumando una colilla, á caza de fletes para el bote y en espera de sus amigos para jugar al cané.

Los chicuelos trabajaban en los tendidos de sol, los del público sucio y pobre, que deja como rastro de su paso un estercolero de cortezas de naranja, papeles y puntas de cigarro. ¡Ojo con el tabaco! ordenaba a su tropa . El que se me quede una colilla de puro no ve el domingo la corrida.

Y esa chica era guapa.... ¡Lo que es guapa! ¡Qué tonterías! ¿Por qué se buscará uno estos conflictos? ¡Yo que tengo juicio para diez! Impaciente, tiró el cigarro que estaba concluyendo. Un átomo de fuego brilló entre las hojas, que crujieron encogiéndose, y a poco la colilla se apagó. Segunda hazaña de la Tribuna

Pasada la cachetina y solo Cafetera, limpió con el gorro sus lágrimas de coraje, y con la flema de un inglés recién llegado comenzó á reconocer el terreno que pisaba. Aburrido de pasear el Muelle en todas direcciones sin fruto alguno, encendió en un tizón de una carena una colilla que halló al paso, y se sentó á mirar cómo trabajaban los calafates.

No vus perdáis, muchachos volvió a decir el otro, sin soltar de la boca sucia el caramelo largo. ¡Que le achuche, que le achuchegraznaron varios, arremolinándose. El Majito y Colilla, que así se llamaba el del carbonero, se sacudieron el primer golpe en los hombros. «¡Leña! ¡Atiza!». A los primeros golpes cayó a tierra el ros.

Y diciendo y haciendo, tragó dos chupadas de su colilla, arrojando después el humo por boca y narices con la abundancia y facilidad de una chimenea de vapor. El señor desconocido le miraba cada vez con mayor curiosidad. Y ¿á qué te dedicas ? Á cuidar el bote del tío Bandiate. ¿Y nada más? También soy raquero. ¡Hola, hola! ¿Y qué tal el oficio?