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Después de aquellas labores del huerto, como el tiempo seguía risueño y primaveral, emprendí otras más rudas, entre ellas la de suavizar en lo posible la cambera del pedregal, única vía de comunicación que tenía la casona con el pueblo. No quedó el camino a mi gusto, pero muy mejorado.

Con esto y una risotada se apartó de , y echó cambera abajo en demanda de su puchera. Con los sueños que yo cogía tras de las fatigas que me daba por los montes del contorno, le costó a Chisco Dios y ayuda despertarme al día... ¡qué digo día! a lo más espeso y tenebroso de la noche siguiente.

Marcháronse poco después los visitantes, dejando a mi tío muy fatigado con la conversación en que había tomado, por rebeldías de su temperamento, más parte de la que debiera, y yo llevé mi cortesía en aquella ocasión al extremo de acompañar a la familia de don Pedro Nolasco hasta el pedregal en que empieza a descender la cambera hacia el pueblo. ¡Qué graciosamente pisaba Lita con sus primorosas almadreñas, y con qué donaire se recogía los pliegues airosos de su vestido, que apenas dejaban ver dos dedos de media blanca sobre el ancho y peludo ribete de las zapatillas!

Alguien tuvo la feliz ocurrencia en la casona de mandar que se expalara la cambera del pedregal, en mi obsequio, y a eso debí que la subida por ella no fuera lo que yo me temía, recordando lo que había sido la bajada.

Puso el médico en aquella carne virginal el ascua de sus labios, y salvó los umbrales de la portalada antes de que doña Rebeca se presentase en el portal.... Rodó un coche dando tumbos por la áspera cambera lindante con la casona, y en las habitaciones de la misma hubo un revuelo de faldas y un atisbo fisgón a la vera de los balcones.

»Vista la necesidad que tenía la llosa de servirse por aquella cambera; y »Visto, por último, que ninguno de los vivientes del lugar la había servido por otra parte, y que la costumbre hacía ley; y

Su visita fue breve, y nos despedimos muy afablemente, quedando yo muy complacido de aquel hallazgo en Tablanca, más por lo que se leía en la cara y en el aire del mediquillo, que por las ponderaciones que de sus prendas hizo mi tío al presentármelo. Bajamos juntos hasta el portal, echando él enseguida por la cambera del pueblo y yo por otra diametralmente opuesta, hacia la montaña.

Dejado el pueblo atrás y comenzando ya a descender la cambera por la otra vertiente del monte, nos hallamos tope a tope con los dos comensales de marras, que estaban tomando el sol arrimados de espaldas a un vallado y apurando unas colillas.