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En los años transcurridos desde la primera edición de este prólogo, el señor Pereda ha publicado tres novelas más: Sotileza, La Montálvez y La Puchera. Como complemento de la historia de sus libros, reproduzco a continuación los dos artículos que escribí sobre la primera y la tercera de estas novelas al tiempo de su aparición.

Pero en un libro como La Puchera, donde hay tanto oro de ley y capítulos que desde el día de su aparición deben pasar por clásicos, es lícito ser exigente y posponer lo bueno a lo mejor y lo mejor a lo óptimo.

Con esto y una risotada se apartó de , y echó cambera abajo en demanda de su puchera. Con los sueños que yo cogía tras de las fatigas que me daba por los montes del contorno, le costó a Chisco Dios y ayuda despertarme al día... ¡qué digo día! a lo más espeso y tenebroso de la noche siguiente.

Por eso escribo hoy acerca de La Puchera, no precisamente por ser obra montañesa, sino por ser el mejor libro de amena literatura que en estos últimos tiempos ha aparecido en España. Quién sea Pereda, y cuál el valor de sus escritos, no necesito yo declarárselo a un público que ya comienza, aunque algo tardíamente, a hacerle justicia y a conocerle y admirarle.

El final del capítulo traspasa ya los lindes de lo bello, y empieza a rayar en los de lo sublime. Lo más débil de La Puchera es, a mi juicio, la historia de Inés, del seminarista y del indiano.

Works: Escenas montañesas , Bocetos al temple , Tipos trashumantes , El buey suelto , Don Gonzalo González de la Gonzalera , Pedro Sánchez , Sotileza , La Montálvez , La puchera , Nubes de estío , Al primer vuelo , Peñas arriba , Pachín González , et al. Studied law at Málaga and Granada. Entered diplomacy, and was minister at Washington, Vienna, and elsewhere. Died in 1905.

¡Juera con ella, que se vaiga á cuidar la puchera! añadieron por todas partes voces que nada tenían de suaves para la pobre mujer, que en vano gritaba para que se reconociese su supuesto derecho de hablar en aquel concejo.

En tales cuadros la vida resulta amable y digna de ser vivida, por áspera y brava que parezca. Y el mar, inmenso coro de esta humilde tragedia, parece asociarse al esfuerzo de sus domadores, entonando con ritmo pausado y solemne el himno de la paz de la conciencia, que huye del agosto del Berrugo y calienta la puchera del Lebrato.

La verdad, Marcelo: yo me lo figuraría, puesto en tu caso. Me sonreí sin decir una palabra, y continuó mi tío: Pero así y con todo, por esta vez fallan las señales. Esto que aquí ves, es, en suma y finiquito, el ahorro de tu tío Celso... y la puchera de los pobres de Tablanca.

Y lo mejor de La Puchera, lo verdaderamente incomparable, está en aquellos capítulos donde el Lebrato y su hijo intervienen, con su locuacidad el uno, con su timidez el otro, los dos con el mismo natural resignado y austero, sacudido por bruscas impaciencias en el joven, acrisolado por divina serenidad en el viejo.