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Se enredó su lengua al decir esto, pero á través de los balbuceos surgía una firme convicción, incapaz de rectificarse. En fin, yo me entiendo. Para , es un poeta: un hombre con alas... con unas alas muy largas.

No se llegaba a percibir de sus rostros sino los raspados mentones, por debajo de las capillas; sus manos cruzadas por dentro de las mangas, dejaban colgar los rosarios. Todas las voces, todos los balbuceos de franciscanos, dominicos, agustinos, jerónimos, teatinos, carmelitas, se unían en un coro uniforme, que aumentaba la pavura, cual dolorosa plegaria de otro mundo.

Luego venía Moreno, mostrando cierta turbación emotiva al saludar á Elena, enredándose la lengua y pronunciando balbuceos, en vez de palabras. Finalmente llegaba Pirovani, con un traje nuevo cada dos noches y llevando algún obsequio á la señora de la casa.

Lo había leído en escritos de señores que sabían tanto como su capitán. Además, había reflexionado mucho sobre esto en sus solitarios paseos sobre el puente. Yo estoy donde debo estar. Estoy con Francia... Torpemente, con balbuceos y palabras incompletas, expuso su pensamiento.

Momentos después alzó éste su rostro para decir con balbuceos de emoción: Nada queda que hacer... ¡Muerto! Viendo que Canterac se aproximaba al grupo para saber lo ocurrido, Torrebianca salió á su encuentro, cerrándole el paso. El gesto triste del marqués, antes que sus palabras, revelaron al ingeniero la verdad.

Se acuerda Lubimoff de sus impresiones, horas antes, frente á una tumba que empieza á desfigurarse con los primeros balbuceos de la primavera, La inmensidad no nos conoce, así como tampoco nos conoce la tierra que nos sustenta. Estamos solos en el infinito, sin otro apoyo que el de nuestras mentiras, nuestras ilusiones y nuestras esperanzas. El hombre sólo puede contar con el hombre...

Sonreía con expresión maliciosa; levantaba una mano con el índice erguido, como una maestra que lanza su última recomendación. Novios, ... Boca, ... ¡Cabina, nooo!... ¡Cabina, malo! Y tras estos balbuceos en español, que revelaban un miedo cómico a la «cabina», huyó apresuradamente, volviendo por dos veces la cabeza para mirar a Fernando antes de desaparecer.

Envidiaba la facilidad de su capitán para encontrar las palabras. La más simple de sus ideas sufría angustiosamente antes de surgir de su boca... Pero al fin, poco á poco, entre balbuceos, fué diciendo su odio contra aquellos monstruos de la industria moderna que deshonraban el mar con sus crímenes.

Los más, mientras comían y bebían, llevaban tocadas sus cabezas con gorros de bebé, crestas de pájaro ó pelucas de payaso. Había en el ambiente una alegría forzada y estúpida, un deseo de retroceder á los balbuceos de la infancia, para dar de este modo nuevo incentivo á los pecados monótonos de la madurez. El aspecto del restorán pareció entusiasmar á Elena.

Todo menos volver al país de origen, tierra de lágrimas que le hacía recordar las noches frías junto al fuego mortecino, con el hijo en los brazos, esperando hasta altas horas el paso titubeante del maestro y sus balbuceos de beodo; los embargos afrentosos; las groserías de los acreedores; las tristes reflexiones ante una mesa que a veces se cubría de abundantes alimentos con los inesperados altibajos de la existencia bohemia y se manchaba con la espuma del champán, pero en la que casi siempre el pan y las patatas eran lo único valioso.