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M. de Vignet, el amigo de mi hijo, ha estado aquí unos días, acaba de ser llamado a París por el embajador de Cerdeña, marqués de Alfieri, a quien Alfonso conoce muchísimo. Esto es buen augurio para el porvenir diplomático de este joven, quien empezaba ya a descorazonarse. ¡Ah! ¡cómo quisiera yo ver a mi hijo entrar pronto en una carrera tan digna de él!

Contra esto se enfurece Alfieri, declama con severa elocuencia y se desata en invectivas y en raudales de indignación. Para complacer al príncipe, magnate o tirano, a quien se sirve y de quien todo se espera o teme, importa adular, encubrir a menudo las verdades más provechosas al género humano y emplear un estilo sin nervio.

En fin, tal vez lograríamos así que no apareciese España á los ojos de los yankees como un tirano difunto, en el que se pueden cebar sin gran peligro, ó como un tirano cachazudo y sufrido, semejante á los tiranos de las tragedias de Alfieri, que están, durante los cinco actos, oyendo y aguantando las más desaforadas desvergüenzas, si bien acaban por perder los estribos y por hacer una barrabasada.

No se opone esto a que Alfieri en general tuviese razón; pero es menester hacer extensivo su argumento no sólo al escritor que se somete a un príncipe, sino también al escritor que al público se somete.

La composicion que hoy se publica difiere algun tanto de la primitiva, pues ha sido limada por su autor al tiempo de correjir las pruebas, que sin agregarle ninguna estrofa nueva ha suprimido de ella muchas que no correspondian á la entonacion general del canto, lo que le ha hecho conocer la verdad de aquella observacion de Alfieri en sus Memorias, cuando hablando de los tres años que empleó en correjir las pruebas de sus obras poéticas, dice que sin esta última correccion todo el trabajo de su vida habria sido perdido, «tan cierto es, añade, que el colorido y la lima forman una parte esencial de toda poesíaEl título tambien ha sido variado.

Sus primeras composiciones para la escena, que vieron la luz en 1812, se acomodan en todo al sistema dominante entonces en España. Alfieri le sirvió de modelo en su tragedia La viuda de Padilla, representada por vez primera en Cádiz mientras los franceses la sitiaban, y bajo el estampido de las bombas enemigas.

Así como Parini, Alfieri, Monti, Fóscolo y Pindemonte nada deben á la imitación francesa, los poetas de las escuelas de Sevilla y Salamanca, ambos Moratines en lo lírico y épico, Quintana, Gallego y el duque de Frías nada le deben tampoco.

Alfieri compuso un elocuente y hermoso libro sosteniendo esta tesis y yo le he aprobado y aplaudido. Pero aquí surge la antinomia. Trataré de explicarla. Yo creo á pie juntillas en el progreso indefinido. El término ideal de este progreso es, en mi concepto, individualista.

Prescindo del interés que como escritor me induce a desear que los libros se vendan a fin de hallar en componerlos medio honrado de ganar la vida. Y libre mi criterio de esta seducción, diré en breves frases lo que en pro de ambos pareceres se presenta a mi espíritu. Cuando era yo mozo, me encantaba la lectura de un tratado del célebre Alfieri, cuyo título es Del Príncipe y de las letras.

Su familia logró que estudiase leyes, y en pocos años ganó fama de excelente abogado, pero la vocación natural pudo más en él, y dejó la curia para hacerse el poeta famoso de los comediantes. Alfieri demostró cualidades extraordinarias desde la juventud. De niño era muy endeble, como muchos poetas precoces, y en extremo meditabundo y sensible.