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En fin, tal vez lograríamos así que no apareciese España á los ojos de los yankees como un tirano difunto, en el que se pueden cebar sin gran peligro, ó como un tirano cachazudo y sufrido, semejante á los tiranos de las tragedias de Alfieri, que están, durante los cinco actos, oyendo y aguantando las más desaforadas desvergüenzas, si bien acaban por perder los estribos y por hacer una barrabasada.

Puede ser que todos estos dichos sean recogidos escrupulosamente por algún cachazudo historiador que los perpetúe, como sin duda merecen.

El contratista, cachazudo, contestaba con grave calma. Si Potaje no se atrevía a montarlo, era porque los piqueros de ahora tenían miedo a todo.

Quisiera yo ser muy bruta, muy cerril, para llegar a ti en la mayor ignorancia, y que pudieras enseñarme las primeras ideas. No quiero tener nada que no sea tuyo. MÁXIMO. Ideas hermosas y sentimientos nobles te sobran. Dios te ha dotado generosamente colmándote de preciosidades, y ahora te pone en mis manos para que este obrero cachazudo te perfile, te remate, te pulimente.

El médico montaba en Júpiter; sacaba a relucir sus argumentos en forma, su ciencia de seminarista, y, por último, a los desahogos de Sarmiento contestaba con dicterios. El P. Solís, reflexivo y cachazudo, se estaba quedo; oía y callaba, hasta que para calmar los ánimos, terciaba en la disputa.

Por un lado del tren, se abarcaba el vertiginoso movimiento de la ría con sus barcos y fábricas: por la ventanilla opuesta, admirábase la paz de los campos, el trabajo cachazudo y tranquilo de los aldeanos, removiendo la tierra arcillosa. Las mujeres, con la falda atrás y las piernas desnudas, sudaban dobladas sobre el surco.

Reyes abrió la puerta, procurando evitar el menor ruido. Para él era el teatro el templo del arte, y la música una religión. Se sentó con movimientos de gato silencioso y cachazudo; apoyó los codos en el antepecho y procuró distinguir los bultos que como sombras en la penumbra cruzaban por el oscuro escenario.

Sintió miedo viendo á su padre correr por el camino con la escopeta preparada, ansioso de dar desahogo á su furor matando. Era terrible el aspecto de aquel hombretón siempre tranquilo y cachazudo. Despertaba la fiera en él, cansado de que lo hostigasen un día y otro día.

Al cartujano Juan de Padilla se debe el poema Retablo de la vida de Cristo, que terminó en Diciembre del año 1500, cuya lectura no resiste hoy el más cachazudo lector y que fué obra impresa en Sevilla entrado ya el siglo XVI.

El hombre por quien preguntaba doña Manuela era el fundador de la tienda de Las Tres Rosas, don Eugenio García, el decano de los comerciantes del Mercado, un viejo que arrastraba cuarenta años en cada pierna, como él decía, y mostrábase orgulloso de no haber usado jamás sombrero, contentándose con la gorrilla de seda, que, según él, era el símbolo de la honradez, la economía y la seriedad del antiguo comercio, rutinario y cachazudo.