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No haces mal el papel de bufón; sin embargo, no carece de encanto el casarse con una amiga de la infancia, cuyo carácter se conoce, cuyos gustos... ¡Inocente! ¿Crees que jamás pueda conocerse a una joven? ¡Casi no me atrevo a alabarme de conocer a mi hermana! María Teresa tiene un carácter franco, leal... no comprendo cómo puedes compararla...

¡No me duermo yo sobre la paja! observó don Simón, queriendo decir un chiste. Por lo demás añadió S.E. llevándole hasta la puerta de su despacho , excuso recomendarle de nuevo el asunto que aquí nos ha reunido, y la más completa reserva por unos días. En cuanto a reservado dijo don Simón hinchándose mucho , no es por alabarme; pero soy lo mismo que un alcornoque.

Con la extremada bondad que le es propia, no ha hecho Vd. más que alabarme a D. Luis, y tengo por cierto que a D. Luis le habrá Vd. hecho de mayores elogios aún, si bien harto menos merecidos. ¿Qué había de suceder? ¿Soy yo de bronce? ¿Tengo más de veinte años? Tienes razón que te sobra. Soy un mentecato. He contribuido poderosamente a esta obra de Lucifer.

Tomaba el buen hombre el cigarro, sin hacer gran caso de lo demás; y mientras chupaba para encenderle, decía con mucha calma: De la que yo entendí a un señor tan principal como éste alabarme tanto las bestias, dije para : «¿por qué será?» ¡Mil demonios si me acordaba de la eliciones! Pues ya te las han recordado...

Romagné inclinó la cabeza y retirose arrastrando los pies y saludando a los presentes. El notario recuperó su alegría y el médico sus ensueños de gloria. No quiero alabarme a mismo decía modestamente M. Bernier, pero Leverrier descubriendo un planeta por la fuerza del cálculo, no ha realizado un milagro tan grande como yo.

La Providencia te ha deparado a uno de los hombres, no lo digo por alabarme, a uno de los hombres que no temen desafiarse con todo Madrid en Contabilidad y Partida Doble. Has hecho tu suerte, chica. Ya verás, ya verás qué libros.

Pero... vamos a ver, mírenme un poco; sin alabarme, tengo talla como para derribar a un dogo de un puñetazo, no como para emprender la fuga ante miserables gozquecillos. ¡Ah, pero!... Señores, esperé tres días para dejar que la cosa madurara un poco; después, mi carruaje de caza fuera de la cochera, mis dos trotones con las pecheras, y en camino a Krakowitz. Linda propiedad, no hay que decir.