United States or Guinea-Bissau ? Vote for the TOP Country of the Week !


El desdichado L'Ambert mesose los cabellos. ¡Cuánto se arrepintió de haber plantado a Romagné de patitas a la calle, y de haberse negado a socorrerle, y olvidado el quedarse con sus señas! Representábase al pobre diablo consumiéndose sobre un camastro, sin pan, sin rosbif y sin vino de Châteaux-Margaux. Esta idea destrozaba su corazón. Asociábase a los dolores del infeliz mercenario.

¡Dios mío! dijo el pobre diablo; el señor dispensará... que me haya permitido... pero el señor imita perfectamente el acento de Romagné. ¡El achento de Romagné! ¿quién? ¡yo! ¿Hablo como un auvernech? Demasiado lo sabe el señor. Hace ya ocho días de esto. ¿Pero qué echtach dichiendo, pollino? ¿cómo he de chaber yo una cocha chemejante?

No, amigo mío respondiole el notario; ese trabajo vale mil francos al mes, o sea, treinta y tres francos diarios. No replicó el doctor, con acento autoritario; eso vale dos mil francos. L'Ambert inclinó la cabeza, y no se atrevió a objetar. Romagné pidió permiso para terminar aquel día su trabajo, dejar en el bodegón su tonel y buscar quien le reemplazase durante el mes.

Buscar otro Romagné, y repetir la operación; pero ya habéis experimentado los inconvenientes de este sistema, y, si queréis creerme, será mucho mejor que recurramos al método indio. ¿A cortarme la piel de la frente? ¡eso jamás! Prefiero mandarme hacer una nariz de plata. Hoy día se fabrican bien elegantes, por cierto dijo el doctor.

Jamás lo pronunciéis en mi presencia. ¡Si queréis que viva largos años, no me habléis jamás de Romagné! La señorita Victorina Tompain no fue, por cierto, la última en cumplimentar al héroe. Ayvaz-Bey la había abandonado indignamente, dejándole cuatro veces más dinero del que valía ella. El magnánimo L'Ambert hubo de mostrarse con ella dulce y clemente.

No obedece con tanta sumisión al Polo Norte la aguja imantada, como Romagné a M. L'Ambert. Esta heroica mansedumbre enterneció el corazón del notario, que, a decir verdad, nada tenía de blando. Sintió por espacio de tres días una especie de gratitud por los buenos cuidados que le prodigaba su víctima; mas no tardó en cobrarle antipatía y hasta horror.

M. L'Ambert le hizo saber, de un modo delicado, que echaba mucho de menos la vecindad de su ayuda de cámara, y el mismo Romagné solicitó autorización para alojarse en las buhardillas, adjudicándosele entonces un cuartucho que las freganchinas no habían querido nunca. «¡Dichosos los pueblos que no tienen historiaha dicho un sabio.

Llevando un año más esa vida parasitaria y ociosa, perderíais por completo el amor al trabajo. Os convertiríais en un vago, y los vagos, permitidme que os lo diga, son el azote de nuestra época. Poneos la mano sobre vuestra conciencia, y decidme si os agrada semejante perspectiva. ¡Pobre Romagné! ¿No habéis echado de menos muchas veces el título de obrero, que es vuestro más noble blasón?

Ofrecieron a Romagné una pensión de ochenta francos mensuales, pero el auvernés respondió con desprecio, rascándose la oreja: ¿Ochenta francos nada menos? ¡Para eso no valía la pena que me arrancaseis de la calle de Sèvres! Allí ganaba tres francos y medio diarios, y enviaba dinero a mi familia. Dejadme trabajar en los espejos, o dadme tres francos y medio.

Singuet, que lo quería bien, preguntole a qué pensaba dedicarse, contestándole él que buscaría trabajo. Al fin y al cabo, aquella forzada ociosidad le aburría demasiado. M. L'Ambert sanó de su coriza y alegrose de haber borrado de su presupuesto la partida correspondiente a Romagné. Ningún otro accidente vino a interrumpir después el curso de su dicha.