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Manos Duras no intentó contestar mirándole con una insolencia silenciosa y amenazadora, como hacía con los demás. Sus ojos atrevidos evitaron cruzarse con los del estanciero, y respondió en voz baja, como excusándose. No ignoraba que carecía de derecho para pasar por allí sin permiso del dueño del campo; pero de este modo acortaba camino, evitándose un largo rodeo para llegar á la Presa.

Desandé mi camino, pregunté en todas partes; nadie lo había visto; realmente inquieto, me detuve a meditar sobre el partido que debía tomar, cuando un indio que pasaba me sugirió la probabilidad de que el cachifo hubiese tomado el camino de abajo, que acortaba mucho la distancia. Tranquilo continué.

Pero á medida que se acercaban al pueblo, la energía nerviosa la abandonaba poco á poco, se volvía silenciosa, perdía su decision, acortaba el paso, y despues se quedaba detrás. Hermana Balî tenía que animarla. ¡Que vamos á llegar tarde! decía. Julî seguía pálida, con los ojos bajos, sin atreverse á levantarlos. Creía que todo el mundo la miraba y la señalaban con el dedo.

Corrió la novia a su padre, abiertos los brazos, y el viejo y la niña se confundieron en un abrazo largo, verdadero, popular, abrazo en que crujían los huesos y el aliento se acortaba. Salían de las bocas, casi unidas, entrecruzadas y rápidas frases. Que escribas... cuidado me llamo... todos los días, ¿eh? No bebas agua fría cuando estés sudando.... Tu marido lleva dinero... pedid más si se acaba.

Pero no se daba por ofendido; al contrario, sentía cierto deleite en que la mamá de su adorada le reprendiese, le tratase con tal excesiva confianza: le parecía que de tal modo se acortaba cada vez más la distancia que mediaba para ser su hijo. Pero la gran dificultad para esto y para todo en aquella casa era D. Pantaleón. No lo parecía.

Pero Mauricio, en vez de apretar el paso, como aquel á quien se espera, le acortaba. Dobló la esquina de la calleja y allí se detuvo su tutor. Mauricio avanzó hasta que pudo descubrir el terraplén de la quinta y allí, oculto detrás de una espesura de madreselvas que brotaban en la cerca de un jardín, esperó.

Apretó el paso pensando que Fortunata no debía de andar muy a prisa y que la alcanzaría pronto. «¿Será aquella?». Creyó ver la toquilla azul; pero al acercarse notó que no era la nube de su cielo. Cuando veía una mujer que pudiera ser ella, acortaba el paso por no aproximarse demasiado, pues acercándose mucho no eran tan misteriosos los encantos del seguimiento.

A la mañana siguiente, el criado que vino a despertarle quedose perplejo. Su señor no se había quitado las ropas para dormir. Pasaron los días, largos días de prisión, que él acortaba con la lectura, o pintando al óleo, con asombrosa destreza, sobre tablas de nogal, figuras de Vírgenes y de Santos. El Canónigo venía a visitarle a menudo y le incitaba siempre a que abrazara la carrera eclesiástica.

La niebla azulada del valle acortaba las distancias, hasta el extremo de que se hubiera creído poder alcanzar la posición con la mano; pero Hullin y Materne no se engañaban; había más de seiscientos metros, y ningún fusil alejaba tanto.

Para volver al castillo, tenía por costumbre, dejando los caminos principales del bosque, tomar uno que él llamaba de Diana, y que acortaba la distancia. Atravesaba un espeso bosque que formaba recodo con el antiguo parque, y del que debía hacerse un jardín; mientras tanto, permanecía inculto y formaba un bosquecillo tupido y solitario.