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¿Por qué en el Coso, quebrando cañas, lidiando toros, rompiendo lanzas, cien caballeros de gran prosapia, que prez y orgullo son de Granada, deslumbradores de ricas galas, lucientes joyas, bruñidas armas, sobre fogosos potros del Atlas, que el Coso barren con sus gualdrapas, en las cuadrillas giran, se travan, como un torrente de fuego pasan junto al estrado de la acuitada, y sus preseas ante sus plantas ansiosos ponen, sin que una vaga, leve sonrisa conmueva plácida su hermosa boca, ni en dulce llama sus negros ojos lucientes ardan? ¿Por qué tal pena, desdicha tanta?

Conquistò los Chiquitos, que es frontera Del gran Mojo, Señor de la Laguna: Y entiendo que si mas adentro fuera, A cuestas nos sacára la coluna; Y Hércules segundo Chaves fuera, Y por mas le imitar, el sol y luna A cuestas sustentára, como al cielo El otro, por le dar á Atlas consuelo. Al fin salió al Perú, donde ha hallado Al licenciado Gasca el venturoso.

Allí mismo, con toda solemnidad, me impuse el juramento de dejar Colón, renunciando a Panamá, al canal, al mundo entero, en el primer barco que zarpase, sin importarme para dónde. Cómo pasé esa noche, ¿a qué decirlo? Al alba estaba en pie, me ponía en campaña y sabía que dos días después partía para Nueva York el vapor Alene, de la compañía Atlas.

La explicación más sencilla es la que nos muestra á los dioses ó á los genios arrojando las montañas desde las alturas celestiales y dejándolas caer al azar; ó bien levantarlas y modelarlas con cuidado como columnas destinadas á sostener la bóveda del cielo. Así fueron construidos el Líbano y el Hermón; así se arraigó en los límites del mundo el monte Atlas, de hombros robustos.

Es un joven de cincuenta años; hermosote, sonrosado, con grandes melenas, como león genuino del Atlas; lente inamovible, sonrisa ídem, apretones de manos a diestro y siniestro; gran parlanchín, bulle bulle, turbulento para echarla de vivo; como aquel alemán, que con el mismo objeto se tiró por la ventana; gran amigo de apuestas; célebre sportman; poseedor de vastas minas de carbón de piedra, que le producen veinte mil libras de renta.

Claro: se había ido a su tierra, huyendo de la furia de Ponte... pero él estaba decidido a no parar hasta descubrirle, y obligarle a cumplir como caballero, aunque se escondiese en el último rincón del Atlas. «Si venier galán bunito dijo el moro riendo tan estrepitosamente, que los extremos de su boca se le enganchaban en las orejas , dar él patás mochas.

Era como los médicos que han estudiado el cuerpo humano en un atlas de Anatomía. Tenía recetas charlatánicas para todo, y las aplicaba al buen tun tun, haciendo estragos por donde quiera que pasaba. «De esta manera, hija mía añadió lleno de fatuidad , puede darse el caso de que una mujer hermosa llegue a amar entrañablemente a un hombre feo.

A la hora de remontar el río nos detuvimos delante de una fortaleza arruinada. Dicen que por allí, en los límites del Atlas, se encuentran estos poderosos castillos antiguos. Nadie sabe quién los ha construido ni contra qué clase de enemigos se hicieron. El castillo aquél era de piedra labrada y de torres con arcos. Inmediatamente de llegar abrimos apresuradamente los cofres de Zaldumbide.

Algunos claros permitían ver a través de las ramas las murallas de la reducida ciudad, el minarete de una mezquita, la cúpula de un marabut, y en lo alto la enorme masa del Atlas, verde en su base, nevada en la cima, como cubierta de blancas pieles, con cabrilleos, con la blancura de copos caídos.

«En los hospitales decía , en esos libros dolientes es donde se aprende. Allí está la teoría unida a la experiencia por el lazo del dolor. El hospital es un museo de síntomas, un riquísimo atlas de casos, todo palpitante, todo vivo. Lo que falta a un enfermo le sobra a otro, y entre todos forman un cuerpo de doctrina. Allí se estudian mil especies de vidas amenazadas y mil categorías de muertes.