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Actualizado: 22 de julio de 2025
Estaba al pié de un arbusto, y con una rama se daba golpes en la punta del zapato derecho, teniendo clavada allí la vista de un modo maquinal. Alguna idea agujereaba el cerebro de aquella mujer; algun pensamiento diabólico volcanizaba aquella cabeza. Sobre esto dijimos algunas palabras á media voz; pero la jóven no levantó los ojos para mirarnos.
27 éste es el que ha de venir tras mí, el cual es antes de mí; del cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato. 28 Estas cosas acontecieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba. 29 El siguiente día ve Juan a Jesús que venía a él, y dice: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Milagrosamente se habían librado de morir aplastados al incrustarse entre la arena y el arco del zapato. Daban gemidos como si hubiesen sufrido graves lesiones interiores, pero el susto era en ellos tal vez más grande que las heridas. Gillespie, que había tomado estos dos animalejos entre sus dedos, los subió á su rostro, colocándoselos entre ambos ojos.
Uno de aquellos pisaverdes contaba noches atrás en el Casino, coreado por las carcajadas de sus amigos, cómo en el momento crítico de estar espetando una sentida declaración de amor á la gentil aldeanita, ésta se bajó repentinamente para llevar la mano á un pie exclamando: «¡Dios mío, qué daño me está haciendo este zapato!» No importa.
Todos los hombres, por ejemplo, saben hablar y escribir, pero no todos manejan la lezna y el tirapié, como no se apliquen a ello con ahínco y constancia. De aquí que, en cierto sentido, pueda bien afirmarse que es más difícil hacer un zapato que componer un poema.
-Confieso -dijo el caído caballero- que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra, y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.
Eso no, madre gritó el Magistral perdiendo el aplomo, con las mejillas cárdenas y las puntas de acero, que tenía en las pupilas, erizadas como dispuestas a la defensa . ¡Eso no, madre! Yo los tengo a todos debajo del zapato, y los aplasto el día que quiero. Soy el más fuerte. Ellos, todos, todos, sin dejar uno, son unos estúpidos; ni mala intención saben tener.
Haces muy bien, hija mía dijo, y su voz tomó de pronto un sonido metálico, como una trompeta de guerra, haces muy bien en atender a tu pobre hermana enferma, pero puedes marcharte, tu presencia es inútil ahora; soy yo quien va a quedarse aquí. «Espérate, ahora mismo vas a encontrar la horma de tu zapato» exclamé mentalmente.
Seguramente lo hubiéramos hecho, si aquella mujer hubiera levantado la vista hácia nosotros, pero en balde. Al pasar esta vez por su orilla, esforzamos la voz, procuramos hacer ruido; nada: aquellos ojos estaban cosidos al zapato. Nosotros pasamos por fin, nos alejamos volviendo la cara, hasta que la perdimos de vista. La saboyana quedó allí. ¿Hemos hecho bien en no hablarla?
9 se acercará entonces su cuñada a él delante de los ancianos, y le descalzará el zapato de su pie, y le escupirá en el rostro, y hablará y dirá: Así será hecho al varón que no edificare la casa de su hermano. 10 Y su nombre será llamado en Israel: La casa del descalzado.
Palabra del Dia
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