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Todos los hombres, por ejemplo, saben hablar y escribir, pero no todos manejan la lezna y el tirapié, como no se apliquen a ello con ahínco y constancia. De aquí que, en cierto sentido, pueda bien afirmarse que es más difícil hacer un zapato que componer un poema.

Y aquel infame Belarmino, sabía Dios merced a qué socaliñas y malas artes, le hurtaba, sin dejar una migaja siquiera, el aplauso y atención que a él en justicia se le debían, puesto que Belarmino era insensato charlatán y prevaricador de la lezna y el cerote, en tanto él, Apolonio, por don natural, componía los más primorosos artificios, así zapateriles como poéticos. «No hay justicia, ni sentido, ni plan en el mundo» pensaba Apolonio . «Bien lo presumía yo, aunque todavía inexperto, cuando escribí mi Cerco de Orduña o Señor de Oña

Camará, usté ha escondido la lezna para que no haya compromiso. te la habrás metío en el garguero. Yo no la traigo, por humaniá repuso Vejarruco porque como tengo esta mano tan pesá, se necesita mucha prudencia pa no matar caa momento. Vaya, déjenlo para después dijo Poenco y a beber. Lo que hace por , no tengo prisa... Si Vejarruco se quiere confesar antes que le endiñe...

Basta ya, que se me van regolviendo los sentidos garrofales dijo Lombrijón . Señores, empiecen a cantar el <i>requieternam</i> por ese probesito Vejarruco. Alentaíto está el viejo. Pues allá va la lezna. Lombrijón se llevó la mano al cinturón en ademán de sacar la navaja, y todos los presentes, principalmente las mujeres, empezaron a gritar. Señores, no temblar indicó Vejarruco.

4 Si su amo le hubiere dado mujer, y ella le hubiere dado a luz hijos o hijas, la mujer y sus hijos serán de su amo, y él saldrá solo. 6 Entonces su amo lo hará llegar a los jueces, y le hará llegar a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lezna, y será su siervo para siempre. 7 Y cuando alguno vendiere su hija por sierva, no saldrá como suelen salir los siervos.

De vuelta á su lugar cierto joven estudiante, muy atiborrado de doctrina y con el entendimiento más aguzado que punta de lezna, quiso lucirse mientras almorzaba con su padre y su madre. De un par de huevos pasados por agua, que había en un plato, escondió uno con ligereza. Luego preguntó á su padre. ¿Cuántos huevos hay en el plato? El padre contestó: Uno.

El maestro se fue quedando también con no pocas fincas de sus deudores, y llegó a ser propietario de viñas, olivares, huertas y cortijos. Ya no esgrimía la lezna, ni se ponía el tirapié, ni se ensuciaba los dedos con cerote, pero fiel a su origen, conservaba la zapatería, donde trabajaban expertos oficiales, discípulos suyos. El magnífico bazar estaba contiguo.