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Actualizado: 15 de mayo de 2025
En resolución, ¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra! ¡Vivan en hora buena -dijo a esta sazón con voz enfermiza maese Pedro-, y muera yo, pues soy tan desdichado que puedo decir con el rey don Rodrigo: Ayer fui señor de España... y hoy no tengo una almena que pueda decir que es mía!
En estos comentarios, que fueron escritos a fines del año 18 y comienzos del 19, el lector verá algunos nombres propios: Maura, Cierva, Dato, Sánchez de Toca, Romanones... Lo probable es que semejantes nombres no varíen, o bien porque sus titulares vivan indefinidamente, o bien porque, al morir, le dejen la herencia política a sus hijos.
Al llegar a don Paco, que dejó Juanita para lo último, dijo: «Sino con este», y le dio un abrazo muy apretado. Don Paco la tomó por la cintura, la chilló, la aupó y la levantó a pulso dos o tres veces en el aire. Todos aplaudieron y gritaron: ¡Que vivan los novios! Anunciada ya la boda para lo más pronto posible, los futuros esposos fueron felicitados.
Y después de este formidable anatema, Villamar y sus habitantes continuaron pasándolo tan bien como antes. Pero la admirable sangre fría, el valor heroico de que ha dado muestras aquella excelente autoridad, intimidaron a los audaces, y todo ha entrado en el orden, sin que hayamos tenido que deplorar ningún grave accidente. Vivan sin inquietud los buenos patriotas.
Los transeuntes se arremolinaban impidiendo el paso de los carruajes. El grupo de mujeres de la jardinera alcanzó una ruidosa ovación. ¡Viva la sal de la tierra! ¡Vivan las mujeres castizas! ¡Vivan los novios! ¡Vivan los padrinos! El señor Rafael, entusiasmado, arrojaba puñados de almendras y monedas de cinco céntimos á los chicos.
Dicen que es persona de carácter y que posee una fortuna que, sin ser muy grande, será suficiente para que vivan con desahogo: aquel país no es un país de lujo, y mi Sofía es la razón y la piedad misma. 5 mayo de 1827. El último domingo, a las once de la mañana, ha muerto mi cuñado, el jefe de la familia Lamartine, a los ochenta años de edad.
La suerte fué que Isidora le sintió los pasos y abrió. «¡Ah! vivan los hombres de palabra. Pase, pase.»
Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que el príncipe se dirigía á Novoa. A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive en el viejo Mónaco, en la casa de un empleado del Museo, y su alojamiento no debe ser gran cosa. Además, como decía Atilio, gana usted mucho menos que un croupier del Casino. Y mirando á sus convidados, añadió: Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo.
Los reconocía únicamente por su sombrero de fieltro con cuatro hoyos simétricos y terminado en punta. ¡Hermosos muchachos, sanos, fuertes y con aire de buenos! A algunos les encontraba cierto parecido con Alberto. ¡Vivan los Estados Unidos! Se entendía con estos soldados por medio de gestos y de guiños, más que por palabras. Pero esto importaba poco.... ¡Cuando hay simpatía y buena voluntad!...
¡Justicia era mejor! le contestaron muchas voces. ¡Catalana hay que hacerla en este pueblo! añadieron otras. ¡Orrrrdeeeen! ¡Afuera esa gentuza! gritaron otra vez los propietarios. ¡Abajo la comisión! ¡Y los que quieran engordar a la sombra de ella! ¡Vivan los pobres honrados! ¡Viva el duque de la Victoria! volvió a gritar el zapatero. ¡Orrrdeeen! ¡Canalla! ¡Ladrones!
Palabra del Dia
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