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Actualizado: 23 de junio de 2025
Su cara se oscureció y en su frente apareció una sombra de terror. Pero Sorege sabe que lo has descubierto todo. Sabe que estamos encerrados aquí y que voy á hablar... ¡Cuidado, Jacobo! No le temo. ¡Haces mal! No puede nada contra mí. No doy un paso en Londres sin ser seguido por la policía francesa, que me vigila y me protege al mismo tiempo. Y él lo sabe. Entonces estoy perdida.
Sobre el techo, un pequeño paseo, la última toldilla del buque; en la parte delantera, el puente, algo así como el Ministerio del Interior, donde se vigila día y noche por el mantenimiento del orden; cerca de él, la oficina telegráfica, o sea el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Cenamos juntos el Morito y yo; para las diez nos presentamos en la calle de los Doblones. El Morito estaba contento de intervenir en un asunto un poco misterioso como aquél. Tú vigila le dije yo , y si pasa alguno, avísame. Descuide usted me contestó él. A las diez en punto se oyó ruido detrás de la reja; vi una vaga luz, después una falleba que chirriaba suavemente y una persiana que se abría.
Te lo daré todo, ¡todo! dijo misteriosamente al oído de Maltrana. Después miró a los inmediatos cerros con inquietud, como si temiese la presencia de algún curioso. Vigila bien añadió . Apenas veas el carro del tío Polo, avisa. ¡Mucho ojo! Y llevándose un dedo a la nariz para indicarle discreción y vigilancia, se introdujo en el estrecho túnel que conducía a la cuadra. Transcurrió mucho tiempo.
JOAQUÍN. ¿Pues no ha de llegar a serlo?... Abrázame fuerte. JOAQUÍN. Todavía... JOAQUÍN. Sí. Sonó la hora triste. Y ahora, ¿qué día...? Me vigila mucho. Tengo la seguridad de que sospecha algo. El mejor día descubre mis gracias... JOAQUÍN. No lo creas... ISIDORA. ¡Ah!, es muy tuno... Sí, yo creo que nos sigue la pista. Estoy viendo que cualquier día regañamos, y le mando a paseo.
«La señora de Maubán siguió leyendo Sarto, a quien se vigila por orden superior, tomó el tren de mediodía. Pidió billete para Dresde...» Antigua costumbre suya comenté. «Pero el tren de Dresde pasa por Zenda.» ¡Si será listo el autor del parte éste! Y por último, oiga usted lo que dice aquí: «El estado de la opinión en la ciudad no es satisfactorio.
Un alguacil que me había esperado á la salida de la portería. ¿Os vigilaba el Santo Oficio?... ¿es decir, que el Santo Oficio vigila la casa de mi tío? Yo no lo sé, señora dijo Montiño asustado por las proporciones que iba tomando su mentira . Yo sólo sé que el alguacil me dijo: Seguidme. Y le seguí. ¿Y á dónde os llevó? Al convento de Atocha, á la celda del inquisidor general.
Al llegar a una esquina, donde la afluencia del tráfico hace imposible el tránsito, se detienen y miran simplemente al policemán, que de pie en medio de la calle, con la gravedad de una estatua, vigila con ojo activo cuanto pasa a su alrededor.
El lo vigila todo, desde el ornato del escenario hasta la forma y calidad de los muebles: si sobre una mesa, verbi gracia, ha de haber algunos libros, él determinará cuántos serán y de qué tamaño. Las mismas actrices, aun las más rebeldes, aceptan su autoridad, consultándole el corte y color de los trajes que vestirán la noche del estreno. Sardou dá su opinión, que es irrevocable.
El chino es la entidad jornalera más perfecta que se conoce en Filipinas, pero también es la panacea más acabada de la hediondez, la cual únicamente se puede contrarestar con las continuas y eficaces requisas de la autoridad que vigila sus domicilios, verdaderos tugurios en que se hacinan cientos de ellos.
Palabra del Dia
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