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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Aun está en la habitación del señor duque. Semíramis salió y la señora de La Tour de Embleuse se dirigió a la habitación de su marido. Cuando se disponía a abrir la puerta, oyó la voz del duque, clara, alegre y vibrante como un clarín. ¡Cincuenta mil francos de renta! decía el viejo . ¡Ya sabía yo que volvería la fortuna! El doctor Carlos Le Bris era uno de los hombres más apreciados de París.
Recobró su asiento Nélida vibrante y nerviosa, golpeando con el abanico un brazo del sillón. ¡Ah, su madre! ¡Aquella mulata antipática, a la que en nada se parecía!
Allá el hombre primitivo, tosco, brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol tropical, es decir el boga colombiano, con toda su insolencia, con su fanatismo estúpido, su cobarde petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos mas bien de la ignorancia que de la corrupcion; y mas acá el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevacion de espíritu, sus formas siempre distinguidas.
Tú puedes ser y eres mi diablo amor. ¡Oh! ¡y qué palabras! Creo que he nacido maldito, Catalina continuó Quevedo. Tú quieres asustarme. No... respondió Quevedo con voz vibrante ; las palabras que te digo, se me salen á borbotones del corazón.
Titubea un momento; yendo de noche, no verá las campiñas de la Turena, Angulema, Poitiers, Blois, ¡pero París! ¡Y vibrante, ardoroso como un pájaro a quien dan la libertad, se embarca con el alma rebosando llena de himnos! En París. En viaje para París. De Bolivia a Río de Janeiro en mula. La Turena. En París. El Louvre y el Luxemburgo. Cómo debe visitarse un museo.
Pero cuando Martí fue interrogado, jadeante y como si llevara en el pecho una montaña, se acercó a los jueces, y afirmó con enérgica y vibrante voz que él si era el único y verdadero autor de la carta citada. Y para corroborar de manera elocuente su aserto, formuló duros ataques contra la dominación española, su tiránica política y sus hombres nulos e infames.
La señora de Aymaret prosiguió diciendo en contenida, aunque vibrante voz: No puede llamarse una traición que yo hable de los detalles de mi vida íntima... todo el mundo los conoce, y usted mejor que nadie... Y usted sabe que si jamás una mujer tuviera disculpa en conducirse mal... esa mujer sería yo... pero no, tengo hijos... dos hijos, y quiero que mañana se diga... «Si el padre era un pobre hombre... un desgraciado loco... la madre fue una mujer honrada... una digna persona...» ¿Y usted cree que resignarme a esto me ha sido fácil... no es verdad?... Me ha sido fácil porque es mi temperamento... porque he nacido así... sin pasiones y sin debilidades... ¡Ay, Dios mío, Dios mío, y lo cree usted!... ¡lo cree usted! ¡usted!...
Pero el sonido metálico y vibrante del molinete se oye: comienzan á levar anclas, y es preciso separarse.
Isidora echó a andar hacia adentro, dando la mano a su tía. A causa de los accidentes del piso y de la oscuridad, necesitaban apoyarse mutuamente. Anduvieron largo trecho tropezando. ¡Oh! La soga era larga, la caverna parecía interminable. En lo obscuro, aun se veía la cuerda blanca gimiendo, sola, tiesa, vibrante.
Pero no pendía del hilo, sino que, al contrario, flotaba en el espacio tirando de él. Era del tamaño de un palomo, pero desarrollaba una fuerza impropia de su volumen, fuerza que mantenía el hilo de plata con la tensión vibrante de una cuerda de piano, no permitiendo que el hombre contrajera su brazo.
Palabra del Dia
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