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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Muchas veces se hundía la barca en una de aquellas bóvedas de verdura, abriéndose paso lentamente entre las plantas acuáticas, y el follaje temblaba con el impulso armonioso de aquella voz vibrante y poderosa como gigantesca campana de plata.
A usted, que goza de una posición elevada, que vive en París en medio de las diversiones y del ruido, nada le ha de importar la existencia de pobres gentes como nosotros. Nada tampoco le han de interesar nuestros asuntos ni los de mi hijo. ¡Pero es mi hijo también! exclamó Delaberge con acento lleno de emoción y que vibrante salía de lo más hondo de su alma.
Vibrante y limpia nota seré para tu oído; Aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido, constante repitiendo la esencia de mi fe. ¡Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores, querida Filipinas, oye el postrer adiós! Ahí te lo dejo todo: mis padres, mis amores; voy a do no hay esclavos, verdugos ni opresores; donde la fe no mata, ¡donde el que reina es Dios!
De estas despedidas volvía don Marcelo á su casa vibrante y con los nervios fatigados, como el que acaba de presenciar un espectáculo de ruda emoción. A pesar de su carácter tenaz, que se resistía siempre á reconocer el propio error, el viejo empezó á sentir vergüenza por sus dudas anteriores. La nación vivía, Francia era un gran pueblo; las apariencias le habían engañado como á otros muchos.
Toda esa gente metía tanto ruido á bordo con su algazara que los viajeros nos creíamos en una especie de Babel, en tanto que los marineros del Thames y el Paraná se ocupaban estrepitosamente en las maniobras del trasbordo, entonando canciones dé un acento singular y vibrante.
Pero lo más extraño fue que, al ser puesto en pie, rompió en una charla incoherente, impetuosa, roja la cara como un tomate, vibrante y entrecortada la lengua.
Llegados ambos jinetes con los tres caballos á la entrada del palenque, dió el escudero aquel vibrante toque que tanto sorprendió á los espectadores. ¿Quién es ese caballero, Chandos, y qué desea? preguntó el príncipe Eduardo. Á fe mía, replicó el canciller con no disimulada sorpresa, que ó mucho me engaño ó es un noble francés.
Pasó por entre los dependientes de la tienda y del Juzgado, atropellándolos con su débil cuerpo, que parecía fortalecido y vibrante por la indignación; y empujando con el pie una puerta entreabierta, salió de la tienda. A aquella hora, la plaza del Mercado estaba bañada por el ardiente sol de una tarde de verano.
Declamaba, más bien que leía, con fuego y expresión, subrayando los pasajes que merecían subrayarse, realzando las palabras de letra bastardilla, añadiendo la mímica necesaria cuando lo requería el caso, y comenzando con lentitud y misterio, y en voz contenida, los párrafos importantes, para subir la ansiedad al grado eminente y arrancar involuntarios estremecimientos de entusiasmo al auditorio, cuando adoptaba entonación más rápida y vibrante a cada paso.
Al andar rayando con la media tarea, el tañido de una campana, desigual e intermitente, ora remoto, ora cercano; como débil quejido de agonía, unas veces; vibrante y clamoroso otras, según los caprichos del viento encajonado y revuelto en las estrecheces y encrucijadas del valle. Era el primer toque «a administrar», la señal que se hacía en la iglesia al vecindario para los fines que sabía él.
Palabra del Dia
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