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Actualizado: 30 de junio de 2025
D. Pantaleón sacó otro compás, parecido al cartabón de los zapateros, y con las manos trémulas le dobló el dedo medio y se lo midió. Mientras tanto Moreno inclinaba su rostro pálido haciendo esfuerzos para averiguar el número de milímetros. Cuando Sánchez lo leyó en voz alta, dio un salto y emprendió una carrera vertiginosa al través de los campos.
Volvió en breve, y el tren comenzó de nuevo su marcha, que de noche parecía vertiginosa y fatigosa de día. El sol iba ascendiendo a su cenit, y el calor se anunciaba por ráfagas tibias y pesadas, alientos de fuego que encendían la atmósfera.
La hemicránea que la cicuta cura, es vertiginosa con sensacion como de contusion en el lado afecto, náuseas hasta el vómito.
Cuando todos los preparativos están terminados empieza el arrastre: los troncos se ponen en movimiento por el plano inclinado; al principio lentos y luego, con velocidad creciente, terminan su carrera en rapidez vertiginosa, y, embadurnados de barro y despojados de su corteza, arrastran en la caída tempestades de piedra para ir á parar al lago de agua que se ha formado por un azud, al pie mismo de la pendiente.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca su trompa, mejor dicho a las sientes de aquella, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fué vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Y al tiempo de decirlo, clavaba en él una de esas miradas soberanas que expresaba convencimiento profundo de su dominio. Gonzalo, por mucho que se alejase, no podría romper la cadena; volvería blando y sumiso a sus pies, como el cometa que en vertiginosa carrera surca los espacios y a una distancia inconmensurable siente el freno del sol y vuelve dócil hacia él su frente.
Un sinnúmero de coches particulares y de berlinas de punto cubrían más abajo la ancha carretera, galopando en dirección a la plaza; y al través de ellos, dejándolos atrás en seguida, corrían desbocados los ómnibus, mientras los que iban encima, sin miedo a estrellarse, embriagados por la carrera vertiginosa, saludaban con gritos de alegría a los que iban dejando en pos de sí.
De su garganta se escapaba un débil y continuo quejido como el de un animal en la agonía. A ratos empujaba convulsivamente la delantera del coche, como si con este esfuerzo le hiciese correr más. A ratos imaginaba saltar fuera y emprender una carrera vertiginosa para llegar antes. Imposible que el infierno haya inventado un suplicio más cruel. Las estrellas brillaban.
Eran demasiadas emociones en una noche; primero la vertiginosa marcha por el río a través de la ciudad, entre rápidas corrientes y remolinos, creyendo a cada momento verse tragado por aquel barro líquido sembrado de inmundicias; después la confusión, el esfuerzo desesperado, el bogar sin rumbo por las tortuosidades de la campiña inundada, y ahora, de repente, el piso firme bajo sus pies, un techo, luz, calor y la proximidad de aquella mujer que parecía embriagarle con su perfume y cuyos ojos no podía mirar de frente, dominado por una invencible timidez.
No creo que la Iñure llegase a decir dos palabras seguidas en castellano; pero, en cambio, se expresaba en vascuence con una rapidez vertiginosa, en tono de persona que reza. La Iñure tenía una hermana, la Joshepa Iñashi, que era, al mismo tiempo, cerora de la iglesia y mujer del sacristán. La Joshepa Iñashi vivía en una casa antigua y negra, próxima a la parroquia y dependiente de ésta.
Palabra del Dia
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