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Habrá que ir más despacio dijo Martín. Efectivamente, comenzaron a marchar más despacio, pero al cabo de un cuarto de hora se oyó a lo lejos como un galope de caballos. Martín se asomó a la ventana; indudablemente los perseguían. El ruido de las herraduras se iba acercando por momentos. ¡Alto! ¡Alto! se oyó gritar. Bautista azotó los caballos y el coche tomó una una carrera vertiginosa.

Sus ojuelos sagaces, lacrimosos, gatunos, irradiaban la desconfianza y la malicia. Su nariz estaba reducida a una bolita roja, que bajaba y subía al mover de labios y lengua en su charla vertiginosa.

La luz de la máquina iba esparciendo una claridad roja, que teñía de sangre el suelo y los árboles de la vía. Donde no había árboles, los postes telegráficos pasaban con vertiginosa rapidez por delante de su vista como las horas felices de la niñez.

Entretanto los coches venían en vertiginosa carrera, paraban de firme junto á la puerta depositando á la alta sociedad. Las señoras, aunque apenas hacía fresco, lucían magníficos chales, pañolones de seda y hasta abrigos de entretiempo; los caballeros, los que iban de frac y corbata blanca usaban gabanes, otros los llevaban sobre el brazo luciendo los ricos forros de seda.

Que el Dios vestido de terciopelo morado y de oro quisiera escuchar sus suspiros, sus oraciones repetidas a toda prisa, con vertiginosa rapidez, para que entrase la mayor cantidad posible de palabras en la medida del tiempo, y era seguro que Juan saldría sano del redondel donde estaba en aquellos momentos.

Y Ojeda, al despertar de esta vertiginosa evocación de recuerdos que sólo había durado algunos segundos y abarcaba todo un período de su existencia, se vio caminando por el Salón del Prado, en una noche fría, al lado de una mujer que marchaba con desmayo, como si al término del paseo la esperase la muerte, evitando las palabras de él, evitando su mirada.

Y seguimos y seguimos... y yo vi que si seguíamos así, pronto íbamos a acabar el hilo que enrollábamos alrededor de la Tierra, que era nada menos que el hilo de nuestras vidas. Con harta razón alarmado, supliqué a Nanela que nos detuviéramos... Ella no me escuchó, ocupada en cantarme su canto de amor a través de nuestra ruta vertiginosa.

Byron era ya más célebre que Scott, Wordsworth, y Southey. Apenas hay ejemplo de un ascenso tan rápido a tan vertiginosa eminenciaMurió a los treinta y siete años, edad fatal para tantos hombres de genio. Coleridge, escribió a los veinticinco su himno del Amanecer, donde se ven en unión completa la sublimidad y la energía. Bulwer Lytton tenía hecho a los quince su Ismael.

El otro por toda respuesta dió una vuelta á la manivela del motor, que empezó á roncar. Todos los días no se daba una batalla en las inmediaciones de París. Sus clientes podían esperarle. Y Desnoyers, dentro del vehículo, vió pasar por las portezuelas este campo de horrores en huída vertiginosa, para disolverse á sus espaldas. Rodaba hacia la vida humana... volvía á la civilización.