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Actualizado: 1 de mayo de 2025


El estilo frío era para las cartas: costumbres de gran señora, preocupaciones de dama que había corrido mucho mundo. Su molestia se trocaba en admiración. ¡Lo que sabe esta mujer! ¡Vaya un bicho de cuidao!... Y en su sonrisa asomaba una satisfacción profesional, un orgullo de domador que, al apreciar la fuerza de la fiera vencida, alaba su propia gloria.

Sintió en la boca la amargura salitrosa; cegaron sus ojos, las aguas se cerraron sobre su rapada cabeza; pero entre dos olas se formó un pequeño remolino, asomaron unas manos crispadas y volvió a salir. Los brazos se dormían; la cabeza se inclinaba sobre el pecho como vencida por el sueño. A Juanillo le pareció cambiado el cielo: las estrellas eran rojas, como salpicaduras de sangre.

Hay también, en las novelas tabernarias, adornadas con las más exquisitas sublimidades, una enorme dificultad que vencer y que es rara vez vencida: combinar el lenguaje, cuando no rufianesco, vulgar e inculto, con un estilo elevado, apto para expresar los sentimientos más delicados y nobles.

La madre se replegó vencida, cruzó los brazos sobre el vientre y quedó en la inmovilidad de una esfinge cobriza al lado de su esposo, que hablaba con un vecino. Ese padre es admirable dijo Isidro , tan admirable como la niña. Vea su aire de patriarca, sus barbas y sus melenas canas, la mansedumbre con que habla y la deferencia con que escucha.

Aquella señora que Rafael se imaginaba allá en Madrid con todos los esplendores y adornos que el Padre Eterno tiene en los altares, vencida por telegramas y súplicas, prolongaba la vida del sentenciado. El indulto produjo en la cárcel un estrépito de mil demonios, como si cada uno de los presos hubiera recibido la orden de libertad.

Júrame que no me abandonarás. Que me querrás siempre... que no me desprecias porque soy débil contigo... porque te quiero. Isidro lo juraba todo sin hablar; lo juraba con sus manos inquietas, con sus labios acariciadores, con el viril estrujón que hacía caer vencida y esclava en entre sus brazos a aquella alma simple y primitiva, ansiosa de ideal.

Buscó y rebuscó Isidora en todos los bolsillos, gavetas y huecos, porque recordaba que en otra ocasión parecida había encontrado de repente una moneda de oro olvidada en el fondo de un cajón de la cómoda; mas ninguna moneda de plata ni de oro apareció aquella vez, con lo que se dio por vencida, y resolvió que la cena fuese una modesta colación, más propia de día de ayuno que de noche de Navidad.

Ni él te ama tampoco. Pero ¿te amará nadie nunca ni amarás a nadie si sigues así? ¿Cómo ha de acudir a ti el amor si le oseas cual si fuese pájaro de mal agüero? Inesita casi se sintió vencida. Su hermana siguió haciendo tan sabias y profundas reflexiones, que la chica vino a alucinarse y a imaginar que el coqueteo, dentro de ciertos límites, era un deber, al que estaba faltando.

Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.

«Más, más claro». Fortunata acentuó un poquitito más, y sus ojos se humedecieron. «Así me gusta». Entonces resplandeció en la cara de la infeliz señora de Rubín algo que parecía inspiración poética o religioso éxtasis, y vencida maravillosamente la postración en que estaba, tuvo arranque y palabras para decir esto: «Yo también... ¿no lo sabe usted...?, soy ángel...».

Palabra del Dia

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