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Actualizado: 7 de junio de 2025
Era verdad; estaba allí disputando con don Frutos, que insistía en que el Don Juan Tenorio carecía de la miga suficiente. Don Álvaro permaneció junto a la Regenta. Ella le dejaba ver el cuello vigoroso y mórbido, blanco y tentador con su vello negro algo rizado y el nacimiento provocador del moño que subía por la nuca arriba con graciosa tensión y convergencia del cabello.
Y así, ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres azotando por las Cuatro Calles, lo cual me puso tan gran espanto, que nunca osé desmandarme a demandar. Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado, ni hablaba palabra.
Cuando la maestrita se ponía bajo un rayo de sol, su cutis blanco parecía dorarse con la luminosidad de un vello finísimo semejante al de los frutos en sazón. Igual había sido Guadalupe en otros tiempos, pero ahora un bigote cada vez menos discreto empezaba á entenebrecer su boca.
Y, con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante.
Por esto se desilusionó algo al ver aquella figura tosca de cura de pueblo, aquellas barbas mal rapadas y la abundancia de vello negro que parecía cultivado para formar cosecha.
Reíansele los ojos, las facciones todas, y el sol, indiscreto cronista de los cutis marchitos, jugaba sin temor entre el dorado imperceptible vello que tapizaba las mejillas de la niña, tiñéndolas con tonos calientes de rancio mármol. Lucía esperaba que la hablasen, y su mirada lo pedía.
Ansioso de pisar suelo africano y teñir su espada virgen en sangre agarena, saltó Villamelón a tierra, en el sitio que llaman de Cabo Negro, con ánimos bastantes para atravesar todo Marruecos y llegar a Túnez, donde un su abuelo había ganado la Grandeza entrando en la Alcazaba con don Juan de Austria... Mas de repente brotaron de entre las cerradas malezas que cubrían la rojiza playa como el áspero vello de una fiera bestia, varios rifeños dispersos, que recibieron a los exploradores con el fuego de sus espingardas... Villamelón no titubeó un momento: olvidóse de Marruecos, renunció a Túnez y renegó de aquel su abuelo que ganó la Grandeza en la Alcazaba, para ganar él la chalupa a toda prisa y refugiarse en el último rincón de su camarote de la Blanca, sin que volviese a subir sobre cubierta, hasta regresar de nuevo a la Península con patente de enfermo.
Rechinó tenuemente el vello de toda su piel: hirvió su carne con el chirrido intenso y discorde de todo cuerpo húmedo que cae en el fuego. Respira fuego, bebió fuego, se convirtió en fuego sensible y animado con los dolores de su propia combustión. Quiso gritar: la llama no conduce el sonido. Quiso huir: no tenía movimiento, no tenía cuerpo, no era más que una mecha.
Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro; las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada; el pelo rubio blanquecino, con la finura flácida de la seda; la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte é igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre.
El contacto de Angustias había impregnado mis nervios ya para siempre: la sensación estaba de continuo sobre mí, me erizaba el vello con un calofrío placentero. Angustias seguía formando parte de mi ser y me dolía como un miembro amputado. Martirio del corazón, martirio de la carne y martirio de la conciencia, acaso más desesperado que todos.
Palabra del Dia
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