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Actualizado: 3 de mayo de 2025
La distancia borraría los malos recuerdos. No viendo la ciudad, no viendo sus campos, olvidarían por completo las tristezas que allí habían sufrido.
Piensa en su nacionalidad, que le separa del otro; piensa en el campo de concentración, al que la llevarán con sus compatriotas: Le da miedo el abandono en un país hostil que tiene que defenderse de la agresión de los suyos... Y todo esto cuando va á ser madre. ¡Qué miserias! ¡Qué tristezas!
Conocíase adorado Cervantes por la hermosísima doña Guiomar y por la bellísima Margarita amado, y dolíale, y no sabía qué hacerse, y acometíanle un tumulto de tentaciones que consigo mismo le enemistaban; porque si bien él era mozo galanteador que no reparaba en inconvenientes, hasta entonces, como ya se ha dicho, con amor no había dado que le obligase y en tristezas y cuidados le pusiese; y encontrábase entre dos mujeres, ambas merecedoras de todo respeto y homenaje; y puesto que Margarita le pareciese hermosa a maravilla, y dulce y enamorada, parecíale doña Guiomar una divinidad; y no había lugar a que dudase; que tratándose de que perdiese su libertad bajo el yugo, tal vez durísimo, del himeneo, doña Guiomar era sin contradicción y sin sombra de duda su escogida y su bien amada; y como él no pudiera partirse en dos, o no hubieran de llegar a hechos las tentaciones que por Margarita sentía, o había de tenerla por amiga, cosa que los hidalgos y cristianos pensamientos de Cervantes repugnaban; que tratándose de una doncella tal, y tan mal aventurada, y tan cuitada como Margarita, infamia hubiera sido, prevaleciéndose de sus inocentes amores y de sus desdichas, perderla en la deshonra como una hembra de poca valía, en malos pañales criada y a todo puesta; así es que Cervantes no sabía qué hacerse; que si los amores de Margarita, que ya se mostraban harto claros, no aceptaba, heríala a un tiempo en su vanidad y en su amor, y aceptándolos la perdía y a doña Guiomar ofendía, y él mismo se ofendía en sí mismo en las dos; que no se puede ir por un mal camino sin exponerse a caer en los despeñaderos que en él se encuentran, y tanto más, que estos caminos malos son resvaladizos, y una vez entrados en ellos, atrás no podemos volvernos y nuestra perdición es segura, y quien en el peligro se mete conociéndole, las desventuras que le sobrevengan merece.
Su resistencia tomó de pronto un tono de protección caballeresca. ¡Abandonar a su amigo don Jaime cuando le veía rodeado de peligros!... ¡Ir a encerrarse en aquel caserón de tristezas, entre señores con faldas negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!... ¡Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos él!...
Su masa soberana los átomos me trae de mundos que lejos son; me alienta su sonrisa de límpida mañana, y cuando por la tarde mi fé resulta vana encuentra en sus tristezas un eco el corazón.
Al hacerte mi hija, quiero llenar el vacío que hay en tu existencia, y poner a tus sentimientos la corona que has ganado; quiero llenar de felicidad hasta los bordes ese vaso de tu vida que poco a poco se ha ido vaciando de sus antiguas tristezas; quiero casarte con el hombre que amas, con ese de quien ya puedo asegurar que te merece. Sola se quedó espantada.
El Faro de Sarrió fué para nuestro amartelado joven un medio admirable de dar forma a las vagas fantasías, inquietudes, ardores y tristezas que a la continua lo agitaban, y declararse sucesivamente con acrósticos misteriosos e iniciales a todas las beldades más o menos macizas que ostentaban sus amables curvas por las calles de la floreciente villa.
Esto redobló sus tristezas; mas cuando Miquis le propuso como único remedio de su mal la rusticación, cobró esperanzas, confirmándose en la idea de abandonar la corte y sepultarse para siempre en sus estados de Molina. La segunda vez que habló de esto a su mujer, no la encontró tan bien dispuesta. «¿Y tus estudios, y tu carrera?
Pero no por eso se echó como débil mujerzuela a llorar tristezas, sino que después de publicar un manifiesto de levantado espíritu patriótico, continuó, con más bríos si cabe, la tarea enorme de hacer patria, tarea que fue sobre sus hombros una cruz, semejante a la que llevara, a través de su calle de Amargura, el Cristo dulce y bueno de los cristianos.
Ya sabes cuánto te quiero, y cuánto te estimo, y los buenos ratos que pasamos aquí, charlando de mis cosas y de las tuyas; de mis tristezas mortales y de tus alegres esperanzas; de tus penas de niño y de mis desengaños de viejo.... Sí, me apena que te vayas.
Palabra del Dia
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