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Cuando veo filtrarse cual rocío entre los guijarros Las gotas cristalinas formando mil colores Las ideas de mi niñez vuelven a mi imaginación Y los recuerdos del pasado, me llenan de tristeza. ¿Cómo quieres que no busque a tu lado alegrías y tristezas?

Estos árboles, este césped, estas flores, este sol tienen la culpa... Pero sobre todo son tus ojos, Clara, son tus ojos tan brillantes, tan nobles, tan serenos los que me arrancan de las tristezas de la tierra para trasportarme al cielo. ¿Estás contento de ser mío dentro de poco? preguntó ella inclinando suavemente su cabeza. Tanto, que el tiempo que falta quisiera pasarlo dormido.

El Ferrer no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que desfigura los recuerdos.

Pero esta muerte no llorada, que, para la suerte de la humanidad, parecía tan insignificante como la caída de una hoja de estío, estaba cargada con la fuerza del destino para ciertas almas que conocemos, y debía crear las alegrías y las tristezas de toda la vida.

La víctima que el lobo infeliz buscaba con preferencia era el señor Manolo el Federal. Lo esperaba en la oficina de la Puerta del Sol, y al presentarse el capataz exponíale las tristezas de su vida. El buen Federal escuchaba con los ojos bajos, moviendo la cabeza como si aprobase las palabras del joven, reconociendo que hablaba muy bien.

¡Oh! mi único amigo, exclamó llorando la joven, ¿qué me queda fuera de ti? ¿Con qué puedo contar más que con tu ternura? ¡Ya ves qué desgraciada soy y cuan injustamente ... ¡Ámame mucho, para consolarme de tantas tristezas! ¡Te amo! ¡Te amo! querida mía, con toda mi alma. No tengo más que á ti y á mi buen padrino ... ¡ Oh, ! Te amo y yo haré que todo lo olvides.

Y todavía aún la hubiera amado porque era honrada, por ese atractivo inexplicable que para todo humano inmortal tiene el prohibido fruto; la habría también amado por un impulso de generosa simpatía, porque mejor que a nadie eran notorias a Pedro las íntimas tristezas de la vizcondesa.

La Bretaña, donde es apacible, esto de veras. En sus archipiélagos creeríais encontraros mecidos por la ola de la muerte; empero donde se ostenta con fuerza, es sublime. En 1831 sentí sus tristezas, las cuales forman parte de la historia de mi vida. Entonces no conocía el verdadero carácter del mar.

Nos vamos a romper la mollera gemía yo, aferrándome al brazo del comandante, mientras que Pablo ofrecía el suyo a Blanca. ¿Estamos tristes, Reinita? me preguntó quedo el comandante. Habláis como mi cura respondí emocionada. Vamos a ver: ¿Queréis tener confianza en mi? Yo no tengo tristezas ni confianza en nadie contesté de mal modo.