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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Decid más bien cuánto os debo yo, señor pintor. ¡Este que es un pájaro y no un muñeco; venid aquí, vosotros, y contemplad esta bella enseña! ¡Calla, y tiene los ojos de color de fuego! exclamó la criada. Y unas garras y un pico que dan miedo, dijo Tristán. Miren el niño, y qué callado lo tenía, comentó el arquero. Es ese un gran pájaro y una bonita enseña para vos, patrona.

Es decir, quieren a toda costa persuadirme de que soy un quídam que ha buscado su negocio y lo ha hallado al fin... ¿Qué palabras son esas, Tristán, tan feas... tan indignas de ti?

Tres o cuatro años después de entrar yo en el negrero salíamos de cerca de Macao, llevando un pasaje de trescientos coolies chinos para América, cuando, a la altura del Cabo Engaño, se nos acercó un pailebot de dos palos, de esos que llaman en Filipinas pontines, y de él apareció Tristán de Ugarte. Estaba transformado; tenía una cicatriz que le desfiguraba por completo.

Los demás, cuando se enteraron del asunto, también rieron. Elena se aprovechó lindamente para embromar a su concuñado y ponerle de veras amoscado. Comenzaron en efecto los ensayos del drama o más bien alta comedia según el tecnicismo teatral. Tristán se trasladó a Madrid con su esposa y comenzó a asistir a ellos.

Ya bien cerrada la noche se enganchó el coche y Tristán fue transportado a la estación. Al entrar en uno de los departamentos de primera no había allí más que dos señoras, una joven y otra vieja, que parecían madre e hija. Tristán se arrellanó cómodamente en un rincón frente a ellas.

Sólo recobró un tanto la perdida calma cuando se hubo postrado de hinojos ante una de las toscas cruces inmediatas al camino y orado fervorosamente, pidiendo para el arquero y para mismo el perdón del Cielo. Tristán y Simón siguieron andando.

El Fidel comenzó a recorrer el salón con la cola agitada, oliendo en todas partes: luego salió como un torbellino, recorriendo los pasillos, entrando en las habitaciones, buscando, olfateando. Entró de nuevo, miró a Tristán, dejando escapar quejidos lastimeros, se fue a la puerta de la calle, volvió y repitió varias veces esta maniobra. El pobre animal buscaba a su ama.

Envolvió las cuartillas lentamente, las metió en el bolsillo y acercando la boca al oído de Tristán y haciendo una serie prodigiosa de muecas pronunció estas palabras memorables: Este artículo saldrá en el correo de esta noche, y pasado mañana o a todo más el sábado se publicará en El Clamor de Alicante. El sábado, pues, ya podrás caminar por la calle con la cabeza bien levantada.

Pero en aquel instante se fijaron sus ojos en el escudo blasonado del barón, sostenido por Tristán, y después de contemplarlo un instante suavizóse la expresión de su semblante y apareció en sus labios una sonrisa. ¡Mort Dieu! exclamó, ¡pues si es mi espadachín de Burdeos! Las cinco rosas.

Tristán, muy pálido también, quedó unos instantes silencioso y al cabo dijo haciendo visibles esfuerzos para hablar con calma: Es inútil que hablemos más. Todas las cosas tienen un término triste en este mundo y la amistad es de las que primero se marchitan.

Palabra del Dia

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