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Pero mi mujer y yo nos preguntamos muy á menudo: ¿no sabrá Luisa el vivo interés que nos inspira su desgracia? ¿No la habrá dicho nada madama Fonteral? No puedo persuadirme de semejante cosa. Dejaria madama Fonteral de ser mujer.

Pero no eran menester tales palabras: su cara, su espanto, bastaron para persuadirme de que la viuda no me había engañado. ¡Qué pena la mía! ¡Juro que hubiera preferido sorprenderle en brazos de una mujer! Entonces se levantó en mi corazón una tempestad de asco y de desprecio. ¡Y aquel era el hombre que me había poseído, el que saboreó mis primeros besos de amor!

Ya quién es dijo entre dientes don Pedro, cuyo rostro se anubló. Pues yo... como era bastante natural, lo creí. Además tuve ocasión de persuadirme de que, en efecto, el gaitero y Sabel... tienen... trato. ¿Ha averiguado usted todo eso? interrogó el marqués con ironía.

Además, me decía yo, aunque el sello de casta y el de nacionalidad sean indelebles, sin que acierte a borrarlos o a confundirlos la continua convivencia y el íntimo comercio espiritual, en esta época en que tanto se escribe, se lee y se viaja, en este siglo del vapor y la electricidad, del ferro-carril y del telégrafo, todavía no logro persuadirme de que haya también un sello de provincialidad, como hay sello de nación, de tribu o de casta.

Menéndez, porque desechan sin leerlos y como malos é insufribles todos los versos del Cancionero general de Castillo y los que encierra el de Resende, escritos en castellano; pero no puedo persuadirme de que haya en dichos versos algo que se levante sobre el nivel de lo mediano, y que divierta é interese hoy, si bien debe leerse y estudiarse, ya que sobre costumbres, usos, pasiones, aventuras y casos de aquella época gloriosa, enseña no poco que no enseñan las crónicas ni las historias, y ya que es además muestra y dechado del lenguaje y estilo de Castilla en los momentos de su mayor expansión y florecimiento políticos.

Es decir, quieren a toda costa persuadirme de que soy un quídam que ha buscado su negocio y lo ha hallado al fin... ¿Qué palabras son esas, Tristán, tan feas... tan indignas de ti?

Y á la verdad, uno entre otros engaños en que vivía cuando en Europa ardía en deseos encendidos de venir á Indias, era persuadirme que para un Misionero Apostólico de estas partes, bastaba tener un gran celo de las almas; pero quien leyere esta relación, hallará que son más las ocasiones de ejercitar la interna abnegación del ánimo, la paciencia, la humildad y la mortificación en mismo, que el celo de las almas con los otros, cuando yo refiero aquí poco más que trabajos corporales, que son la menor parte de los que se ofrecen que sufrir.

Digo esto porque, ¿qué persuasión fuera bastante para persuadirme que hay monos en el mundo que adivinen, como lo he visto ahora por mis propios ojos?

»La carta delatora me ha hecho ver lo que yo no quería ver, sin advertir que era yo quien no quería ver. »Es evidente mi infortunio. »He querido, no obstante, negármele aún. He querido persuadirme de que era la carta una calumnia. Nuevas pruebas me dicen que no. »El vínculo indisoluble que ata mi existencia a la de Beatriz no es el de la religión; no es el de las leyes.

Yo murmuré sobre el particular algunas palabras al oído del brigadier; el conserje hubo de apercibirse, y empezó á explicarme las maravillas de aquella piedra, como si quisiese tomar á empresa el persuadirme, en honra del difunto cuyas cenizas nos escuchaban.