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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Desmontaron rápidamente, como ya lo había hecho el barón y los tres se precipitaron en la tienda espada en mano, seguidos un momento después por Tristán que se había encargado de asegurar los cinco caballos cerca de la puerta.
Samper, más desesperado aún por el retraso del viaje que por la vergüenza sufrida, se había desbordado en palabras de indignación. Los presentes compartíanla con él y censuraban acremente a Tristán, a quien García no osaba apenas defender. El desgraciado agente, sin ir a su casa, tomó otra vez el tren. Pocos días después un hombre enlutado se presentó en casa de Tristán. Era Samper.
¡Sí te consta, y si no lo confiesas es porque eres un traidor como él! exclamó con furiosa exaltación. ¡Tristán! dijo García levantándose. ¡Un traidor peor que él, porque él no me debe nada y tú si! gritó aún con mayor exaltación agarrándose con manos crispadas a la mesa para alzarse. Me estás insultando sin motivo y en tu propia casa profirió el pobre joven pálido ya como la cera.
¡Gracias, querido! exclamó Reynoso poniéndole una mano sobre el hombro . En pocas y filosóficas palabras me has llamado un animalito de Dios. ¡Oh, don Germán, no lo tome usted así! respondió Tristán turbado. Tampoco tú debes tomar así mis palabras y ponerte colorado replicó riendo el indiano . De todos modos convendrás en que soy un animal inofensivo... ¡Vaya por los que son dañinos!
La visita había sido inevitable porque el criado no dijo el nombre del marqués, se había hecho en presencia de la niñera y sólo por el temor de aumentar su desazón había aplazado darle conocimiento hasta verle más tranquilo. Tristán se rindió en el fondo a estas verdades, pero no en la apariencia.
No puede haber otro tan grande ni tan malvado como él en la abadía. Por las señas es ése el novicio Tristán de Horla. ¿Qué os ha hecho? ¡Pesia mi alma que lo hecho por él no lo hicieran conmigo salteadores de camino!
Recorría las calles con el tomo en la mano, entraba en las librerías y se enteraba de cuántos ejemplares se habían vendido, iba a los cafés y leía en alta voz algunos versos dejando estupefactos a los parroquianos, y en todas partes voceando y gesticulando dilataba la fama del poeta. Tristán agradecía aquella devoción; pero no lo bastante; hay que decirlo sin ambages.
Á una ventana del primero y único piso de la casita se asomaba un individuo que parecía contemplarlos con curiosidad. Mirándole estaba Tristán cuando salió corriendo del mesón una robusta moza, riéndose á carcajadas y perseguida de cerca por un truhán que muy pronto desapareció, lo mismo que la muchacha, entre los árboles del huerto.
Ugarte, por lo que dijo, había vivido en Filipinas, y estaba aburrido de aquello y quería marcharse a América. Tristán, el antiguo, se encontraba muy cambiado; tenía una cicatriz reciente, roja aún, en la cara, que le cogía desde la ceja de un lado hasta la comisura de la boca del otro, cortándole el labio superior. Nuestro antiguo piloto bebía el brandy como si fuera agua.
Cuando terminó, Tristán, que le escuchaba sin pestañear, volvió la cabeza con desdeñosa indiferencia y avanzó los cinco pasos que le habían señalado. Nanín hizo lo mismo. El testigo volvió a dar las palmadas convenidas. Los dos tiros partieron.
Palabra del Dia
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