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Actualizado: 28 de julio de 2025


Este buque había llegado recientemente del Mar de las Antillas, y debía hacerse á la vela dentro de tres días con rumbo á Brístol en Inglaterra. Ester, cuya vocación para hermana de la Caridad la había puesto en contacto con el capitán y los tripulantes de la nave, se ocuparía en conseguir el pasaje de dos individuos y una niña, con todo el secreto que las circunstancias hacían más que necesario.

Otro motivo de respeto era el saberle poseedor de una gran navaja a pesar de los registros que hacían los tripulantes del buque en la gente peligrosa; navaja que nadie había visto, pero que mencionaba con frecuencia en sus bravatas.

Unos pies golpearon su cabeza, y tuvo que sentarse para dejar sitio al oficial, que descendía detrás de él. El bote no era gran cosa como embarcación. Lo habían despreciado, sin duda, los demás tripulantes y pasajeros que llenaban varias balleneras vagabundas sobre la superficie azul. Todas estas embarcaciones se alejaban á vela ó á remo del buque agonizante.

Una barca desarbolada iba como pelota de ola en ola hacia la siniestra punta. La gente gritaba en la playa viendo a los tripulantes tendidos en la cubierta, anonadados por la proximidad de la muerte. Se hablaba de ir hasta la barca, de echarla un cabo, de atraerla a la playa; pero los más audaces, mirando las olas que se desplomaban llenando el espacio de polvo de agua, callábanse atemorizados.

Y todos los tripulantes, al menos los que estaban en estado de servirse de piernas y de ojos, se agruparon en las cofas y en los obenques. El segundo cohete había partido del San Pablo y el fuego comenzaba a desarrollarse...

Y de la muchedumbre en completa demencia todavía surgían lóbregos sofistas para declarar que este era el estado perfecto, que así debían seguir todos eternamente, y que era un mal ensueño desear que los tripulantes se mirasen como hermanos que siguen un destino común y ven en torno de ellos las asechanzas de un misterio agresivo... ¡Ah, miseria humana!

Muchos tripulantes, en el delirio ya de la desesperación, blasfemaban o rezaban y no acudían a la maniobra.

Sus tripulantes relataban, con la serenidad fatalista de los hombres de mar, cómo el torpedo había pasado á corta distancia del casco. Un vapor herido permanecía aparte, con sólo la quilla sumergida, mostrando al aire todo su vientre rojo. Más abajo de la línea de flotación tenía abierta una brecha de anguloso contorno.

Navegó en barcos sucios, viejos y alegres, donde los tripulantes soltaban todas las velas al temporal y luego de embriagarse se dormían confiados en el diablo, amigo de los bravos, que los despertaría á la mañana siguiente. Vivió en buques blancos, silenciosos y limpios como una casa holandesa, cuyos capitanes llevaban con ellos á la esposa y los hijos.

El terror de los tripulantes se aumentaba con la persistencia de tanta soledad. Aunque había abundancia de víveres, arroz, harina de trigo, aceite y galleta hasta para años, se temía que faltase el agua potable. En la nave no dejaba de haber ya quien encontrase el agua malsana y corrompida.

Palabra del Dia

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