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Actualizado: 28 de octubre de 2025


El marinero de aquella época correría hoy el peligro de que se le acusara de pirata ante un tribunal. Por ejemplo, poca duda podría abrigarse que los tripulantes del buque de que hemos hablado, aunque no de lo peor de su género, habían sido culpables de depredaciones contra el comercio español, de tal naturaleza, que pondrían en riesgo sus vidas en un moderno tribunal de justicia.

Tripulantes y soldados dormían sobre las tablas. Los capitanes y personajes tenían por toda comodidad una colchoneta arrollada en el castillo de popa. Las provisiones eran saladas o avinagradas, para resistir los cambios de temperatura. Las grandes calmas del Océano hacían escasear con su larga inmovilidad la provisión de agua.

Pasadas las Azores dijo Maltrana , empezaban a despoblarse de sanguinarias bestias las cabezas y barbas de los tripulantes, y al llegar a la línea no quedaba una para recuerdo. Esta clase de huéspedes incómodos no era entonces propiedad exclusiva de un pueblo o de otro.

Una tarde, á la altura de Portugal, cuando estaban lejos de la ruta seguida por la navegación regular, una columna de humo y de llamas se elevó sobre la cubierta, rompiendo las escotillas y devorando el velamen. Mientras el piloto, al frente de unos negros, pretendía dominar el fuego, el capitán y los tripulantes alemanes escaparon del buque en dos balleneras preparadas.

En el mismo instante surgió otra luz, allá a lo lejos sobre la masa oscura de los árboles de la opuesta orilla. La batelera comenzó a manejar los remos procurando no hacer ruido. El pueblo de Pasajes reposaba. En los buques surtos en la bahía habíanse apagado ya los fogones, y los tripulantes se entregaban descuidadamente al sueño. La noche estaba encapotada y apacible.

El sábado, a la caída de la tarde, era la gran fiesta en el navío. Rezábase la salve «y otras prosas», como decía Colón en su diario. Se improvisaba un altar con imágenes y velas encendidas, reuniéndose ante él tripulantes y pasajeros. ¿Somos aquí todos? preguntaba el maestre. Dios sea con nosotros respondía a coro la gente.

Si los tres barquitos con su puñado de tripulantes se encuentran, al tocar tierra, con los indios feroces de la América del Norte o los belicosos aztecas de Méjico, de seguro que no vuelven... ¡y se acabó Colón! Sólo al final del viaje continuó Maltrana habla el Almirante de su compañero, con cierto encono.

Habían pasado por allí varios de los antiguos tripulantes de El Dragón, habían hecho excavaciones en todos los montículos de la orilla del río, sin encontrar los cofres de Zaldumbide.

Los tripulantes veían desde la borda á las gentes de tierra correr y agruparse, atraídas por la novedad de un vapor que pasaba al alcance de sus voces. En todos los puntos salientes del litoral surgía una torre chata y rojiza, último vestigio de la guerra milenaria del Mediterráneo.

Ahora, ya en el Océano, consideraban el piratear, el saquear o el robar como medios de enriquecerse más o menos decorosos. Entre los cuarenta tripulantes que íbamos en El Dragón, los había de todas clases: desde tipos cuya vida era una continua serie de maldades y de crímenes, como el doctor Ewaldus, hasta un pobre muchacho irlandés, Patricio Allen, que era un modelo de probidad y de nobleza.

Palabra del Dia

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