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Actualizado: 19 de junio de 2025


Sin reparar en nadie ni en nada, entró en la casa, subió las escaleras, y pasando de un corredor a otro, llegó pronto a su puerta. Estaba cerrada sin llave. Púsose en acecho, el oído en el agujero de la llave, y empujando de improviso la abrió con estrépito, y echó un vocerrón muy tremendo: ¡Adúuultera!

No le arredraba el miedo de ser vencido, porque su amor y su misión le darían seguramente coraje; pero convenía proceder con tacto y diplomacia, pensar bien lo que iba a decir para no ofender a su tía, y, si era posible, ponerla de su parte en aquel tremendo pleito.

¡Los salvajes!... ¡Ah, !... Bebamos sciam-sciú. ¡Bebamos! Te van a comer, ¡estúpido!... ¡A bordo! ¡A bordo! ¡Miserables! El chino balanceó estúpidamente la cabeza y comenzó otra vez su baile alrededor de los barriles, acompañándose con cánticos. Van-Horn lo echó a rodar de un tremendo puntapié.

Confuso y abatido, con los ojos terriblemente inyectados y la faz amoratada, que daba miedo, se retiró al fin a su casa, después de pasar todo el día en la del municipio. Ni un rey a quien despojasen de la corona, sentiría golpe tan tremendo. Llegó a su domicilio sin escolta, como el más ínfimo particular.

Y como ciudad principal, centro y cabeza de este nuevo mundo, ponía él a Buenos Aires, su patria, en cuya ingente plaza mayor se levantaría grandioso monumento, más alto que la más alta de las pirámides, a la memoria de Juan Manuel Rosas, precursor y fundador de la nueva era y tremendo nivelador y constructor del camino por donde el linaje humano en América había de subir a tamaña altura.

te ríes, pero ya lo sabías... Don Juan traía una cesta enorme, que ha puesto encima de la mesa; luego me ha abrazado y me ha señalado en silencio la cesta. Yo la he mirado también en silencio. Esto era solemne; esto era trágico. ¿Qué contenía esta cesta? ¿Para quién era esta cesta? Era para : ya veo que te vuelves a reír. Ríete: yo he pasado un susto tremendo.

La expresión de sus sentimientos acerca del tremendo anatema perdiose en la oscuridad de aquella caverna. «Al menos, desdichada, confiese usted su delito dijo Rubín, que deslizándose en las tinieblas había encontrado un cajón en que sentarse . No me oculte usted nada. ¿Cuántas veces, cuántas veces ha faltado usted a su marido?». La contestación tardaba.

Eran estos un cura viejo, de hábitos raídos y verdinegros, tan loco y pobre como el señor Vicente, varios hermanos de cofradía, y aquel tremendo zapatero cuya conversión le había costado los mejores años de su vida. Todos ellos personas devotas y buenas, que merecían los mayores elogios del «santo». Escuchaba éste con movimientos de cabeza las explicaciones de la joven.

Instante único, tremendo; ángel con el pie levantado y las alas extendidas, que va a volar y no se sabe si dirigirá su vuelo al suelo o al infinito; instante soberano; dogal que oprime la garganta; espada de un cabello suspendida; es hermano del instante en que se nace o en que se muere, del instante en que se hunden los imperios, y de aquel, no conocido todavía, en que se acabará el mundo... ¡Ah!, la puerta del gabinete se abría... Isidora vio entrar una dama de cabello casi blanco, grave, hermosa, imagen de la dignidad y de la nobleza, como reina y madre de reyes.

Tremendo es uno de ellos por su obstinación y ferocidad. Es su nombre Currito el Guapo, y es hermano de la estanquera, mujer también de notable mérito, muy joven aún y famosa por su hermosura y gallardía. Currito, tan celoso de su honra como los galanes de Calderón en las comedias de capa y espada, no consiente que nadie requiebre a la estanquera si no viene con la buena fin.

Palabra del Dia

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